Relatos
El silencio de una canción
16 noviembre 2024
Él era poeta de canción. Estos poetas se permiten muchas más licencias que ningún otro. Pueden acelerar el ritmo para que les quepa una frase más larga, o cortar cualquier palabra por cualquier luga- rrrr, todo por una rima o por mantener un ritmo.
Y cuando una frase le gustaba pero no encontraba cómo continuar, siempre le quedaba el recurso de repetirla, una o varias veces, haciendo efectos de volumen en la última repetición… evolucionando al final de silencio que da paso a la siguiente canción.
El final de silencio que da paso a la siguiente canción…
Dedicarse a sus composiciones ocupaba su tiempo, todo su tiempo. Y su tiempo se medía en intervalos de tres minutos, más o menos, lo que dura un cantar medio. En cada composición, cambiaba de objetivo según el ánimo, el aire, el día y el sol. El ánimo, el aire, el día y el sol.
Todo estaba enredado en su respiración, en su pensamiento, en su cuerpo y en su gesto.
Probó la meditación, por probar, pero no se acabó de concentrar en no pensar. Aunque no es esa la cuestión, sino de-jar pa-sar. Dejar pasar pensamien-tos sin ce-sar. Y mientras tanto respirar. O primero res y mantener el pirar y dejarse llevar. Dejarse llevar.
Música de fondo, solo en ese estado consiguió no ponerle letra más que la letra de cada entrada y salida de aire. Llenar los pulmones de la música, mantenerla dentro hasta que cada célula la respire, y devolverla al exterior con el mismo ritmo de entrada o cambiarlo completamente, pausarla mucho más, triplicar su contenido en oxígeno y en CO2 a partes iguales en distinta proporción.
Y así, ya sin rimas se evaporó en una de esas inhalaciones, y como un globo que se deshincha, se exhaló a sí mismo, con un silbido de aire sobrante que se quedó primero en la esterilla azul antideslizante donde estaba tumbado y luego… se des li zó.
Y salió por el hueco de la puerta por el que entra el frío, y se dispersó.
Susurró a los oídos melodías que recordaban a otras que alguna vez fueron de un color,
del color que se le antoja a la ilusión,
de quien de su oído a su cabeza pasa primero por su corazón.
Se perdió en el aire que se enrolla en las bufandas y se convierte luego en voz,
voz de quien canta y tararea, desde el niño y la señora
hasta el señor más mayor que repica en el suelo con su bastón.
Voz en los labios y en los pensamientos y
hasta la voz ausente en los silencios que dan paso a la siguiente canción.
Volando llegó a Roma, porque allí se llega desde cualquier rincón,
y se impregnó de los empedrados y subió a un balcón,
balcones llenos de canciones y de historias de des y de amor.
Y en el más alto de todos, donde no cabía ya ni una flor,
y a la vez en otros, cada uno distinto con y sin comparación,
se confundió con el suspiro de muchos que cantaban una canción….
Que hablaba de un poeta que cambiaba las palabras, las partía y qué sé yo,
que no hacía solo poemas sino que les daba un son.
Un sonido para cada uno, una pausa, una repetición.
El silencio que da paso a la siguiente canción.