El Bohío Caraqueño

El club de los escuchadores

4 octubre 2025

Ludwig desde muy pequeño escuchaba voces en su interior, en ocasiones, apacibles como la quietud de un mar sin brisa, otras tantas, imponentes como rugidos de leones en feroz batalla. Sus familiares pertenecían a una clase social medianamente acomodada. Por tal motivo, se permitían el lujo de internarlo en Nuestra Señora de Gracia, un respetado centro de salud mental en la ciudad de Zaragoza.

A pesar de que sentían una evidente preocupación por su bienestar, en el fondo intentaban mantenerlo lo más alejado posible de ellos, y así evitaban en la medida de lo posible, las habladurías de un sector de la sociedad caraqueña. En ese trajín, se hizo adulto conociendo muchas clínicas y especialistas. Sin embargo, entre los loqueros que conoció a lo largo de su vida, había uno en particular que nunca olvidó, ya que lo odiaba más que a las mismas voces, un tal doctor Benítez, diminuto y petulante individuo con postura a funcionario de la Gestapo, de gesticular esnobista, y un repulsivo aliento a pesticida. Este siniestro personaje lo atiborraba de pastillas hasta más no poder, pero pese ello, el tratamiento no surtía ningún efecto ya que las alucinaciones auditivas no desaparecían. Al contrario, se incrementaban progresivamente con el pasar del tiempo.

Hospital Provincial Nuestra Señora de Gracia de Zaragoza,
Foto tomada de la página web isanidad.com

Pero hubo un día en el cual Ludwig se hartó de quejarse y acto seguido mandó al diablo los medicamentos. Aprendió a cuidarse, a vivir a su manera domesticando sus voces y aceptando en todo momento su realidad. Curiosamente, en esos giros del destino recibió desde Austria, por parte de su abuelo paterno, una cuantiosa herencia la cual le permitió comprar el Hotel El Sordo, ubicado en la parroquia Santa Rosalía y una embarcación anclada en el puerto de La Guaira.

El resto del dinero, lo despilfarró compartiendo con sus yoes y una cofradía de amigos suyos, huéspedes y escuchadores de voces como él, los cuales se hacían llamar los Melancólicos. Bajo la nueva administración, el alojamiento se convirtió en una especie de peña o espacio de encuentro, en donde se compartían las situaciones del día a día. Eso sí, cuando las voces se ponían intensas, el club reaccionaba con una serie de actividades como musicoterapia, hidroterapia o aromaterapia con la intención de serenar los espíritus y calmar las emociones de sus miembros.
Además, con el beneplácito del dueño, utilizaban el lobby para la práctica de la prestidigitación, la lectura de cartas y hasta el servicio de necromancia para aquellos que deseaban comunicarse con los difuntos.

Regularmente los viernes al anochecer, se iban de farra al botiquín el Polo Ártico entre las esquinas de San Francisco y Pajaritos. Infiltrándose en una guarida de bombillos rojos en donde convergían el alcohol, las ficheras y el humo de los tabacos. Cuando regresaban a la esquina del Sordo, siempre hacían una parada previa en el prostíbulo Puerta Amarilla del Nuevo Circo y así cerraban los círculos de sanación. El desenfado y la irreverencia de estos pandilleros era tal que hubieran jorobado a los mismísimos Hell´s Angels*.

La mala fama de los Melancólicos llegó a oídos de las autoridades, quiénes decidieron llevar a cabo una serie de redadas y allanamientos dentro de las instalaciones del hotel. Nunca se supo, si fue a causa de la presión policial o el deseo de borrar de su memoria el trauma de haber conocido al odioso doctor Benítez. Quizás, simplemente fueron los consejos de sus propias voces, las que indujeron a Ludwig a obsesionarse con la idea de navegar con dirección al norte, a buscar ese gran misterio de la vida escondido en el mar.

Para tal odisea, se enrolaron como tripulantes no solo los Melancólicos, sino también un selecto grupo conformado por vagabundos, meretrices enamoradas y desadaptados sociales queriendo escapar. En una serena noche cualquiera, abandonaron el Hotel El Sordo a su suerte y zarparon en aquel barco de locos. A los pocos días, algunos pescadores bahameños les contaron a los funcionarios de la guardia marina, haberse topado con una embarcación cuya bulliciosa tripulación hispano parlante navegaba con rumbo al norte, hacia aguas prohibidas… aguas en las cuales muchos marineros entraban y nunca más se les volvía a ver.

La banda sonora del relato es obra del mismo autor del texto, Jhonny López, limitándose el editor a montar el audio.
Música:
Felina, Aquiles Báez
Giraluna, Aquiles Báez
*Hell's Angels club de moteros de origen estadounidense, considerado una organización criminal por el Departamento de Justicia de los Estados Unidos.
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