Lana de Voz
Cinco colores
19 septiembre 2024
«Y los colores mismos nacen para hacernos la luz asequible» dijo María Zambrano en «Claros del bosque».
Pero está ahora la madrugada encogida bajo todo el herido fragor del mundo. Se trata en estas horas próximas al cansancio del alba de un dolor lejano, fácil aún para uno mismo. Y se trata también de un momento de dudosa realidad donde todas las palabras se desvanecen, inútiles, inasibles. Siento entonces la necesidad del color.
Al final me duermo. Luego seguirá removiéndose la misma necesidad por todo lo largo del día siguiente, pero yo seguiré sin querer escribir aún. Será, sin embargo y a pesar de todo, un día fácil, como todos los días de occidente. Como el dolor de los otros visto desde lejos.
Fue justo al anochecer de nuevo. Pensé que había que decir ya los colores. Y escribo, para que lluevan. Regreso a María Zambrano un instante, pero es inútil, soy yo el que tengo que buscar las palabras, y mis palabras nunca atendieron a los colores. Las inútiles, las palabras que de nada sirven, y justamente esas palabras que no dicen nada. Las palabras que nunca traen significados al discurso. Ellas apenas se entrelazan y suenan solamente un poco como el crujir de sábanas recién planchadas.
Esto me recuerda los versos de otra ocasión..
Quietos en lo que de este lado tiene
la distancia
esto es aquí así
nosotros en lo quieto de un instante.
Más allá
hay sol volcado hacia otro cuerpo
y otro y más cada vez más allá
pero no pensarlo ni entrar
en el lugar de la espera y la esperanza.Se trata de un mínimo acecho
cuando te alcanza la dulzura
y sonríe
un poco al crujir en lo limpio de la ropa.Es interior el rumbo
y lleva la intimidad en secreto
cada vez un poco más allá
hacia el volcado sol en otro.
¿Quién pretende comprender el rumor de las telas caídas al amanecer junto al acantilado de la cama? Hablo de las palabras, esa palabras que tienen como único mérito deshacer, en el nudo de las noches, la impotencia de mirar lejos sin poder hacer algo que sirva para alguien.
Habrá que buscar desde aquí alguna manera de zambullirnos en el río desbrozado de la luz, alguna manera de cruzar cada distancia. ¡Buscar algo que nos aleje del pensamiento, por canales, por acequias., por toda la nervadura de los cuerpos! El mío. Quizá eso fuera fácil. Pero también el de los otros. Su dolor. Y eso será lo imposible.
Propongo cinco colores, y un río largo. E innumerables cuerpos. Para que llueva. Para pensar unicamente el llover. Por adentro, por el pensamiento. Hacerlo posible. Lo imposible. Otras maneras. Hablo de regresar a la luz por el camino de la mirada.
Urge mirar el mundo desde lo interior que somos. Romper la prisión. El dedo deslizante en la pantalla construye uno a uno, en cada trazo sobre el cristal, los barrotes invisibles de una jaula. Dentro están los pájaros de innumerables conceptos, de demasiados libros en reel, de tanta información pre-cocinada.
Urge mirar el color. El color del mundo quizás, sí, pero sobre todo descubrir su materia de escurridizo interior. La transformación o el vuelo cruzado por la flecha del instante como única im-posibilidad espiritual. Será difícil torcer la inercia de la percepción, lo enquistado de nuestra manera de mirar sólida, congelada, pero no hay otro modo de revolución eficaz. No, no, no es eficaz la palabra para esta ocasión, yo de lo que hablo es de algo íntimo, humilde.
Se trata de desentumecer en las palabras su querencia hacia lo inmóvil y la repetición. Hacia lo que está dado sin remedio en la costumbre. Desentumecer ese aferramiento que conduce solo a lo comprendido, solo a lo fácilmente reconocible. Hablo de desprendimiento, de sostenernos en el borde del abismo una instante, aguantar ahí, en ese asombro cercano al miedo, a la estupefacción, quizá incluso cercano a la estupidez.
«No se trata de que una materia se convierta en color, sino de que un color se vuelva materia.»
Dijo Juan Gris, refiriéndose a su propia técnica pictórica. Podríamos extendernos en esto, en su técnica de cubismo sintético, incluso puede que algún día haya ocasión. Pero aquí me interesa solo esta idea. No se trata de buscar los colores del mundo en sus objetos, sino de tocar en nuestro interior los colores para acudir al mundo con otra mirada, y pintarlo a nuestra manera.
Si nos transportamos a las palabras, por la misma dirección por donde él, Juan Gris, transitaba, el silencio de la intimidad será entonces pronunciado, y será pronunciado el susurro de cosas nunca nacidas, incomprensibles palabras en las que a lo mejor solamente podremos reconocer un tacto de ropa limpia, recién planchada. Sonarán las palabras desde el reverso de la mirada con pasos medidos en la ternura.
Siempre nos faltará durante toda la vida una palabra que concluya, faltará el trazo que separa y distingue con claridad el mundo de nuestro interior. Pero siempre anochecerá afuera, mientras permanecerá encendida una intención de luz adentro, como la transparencia se enciende dentro del agua, como un feliz destello anterior a toda la materia remueve en el pensamiento algo del amor al que siempre pertenecimos, algo que somos antes, antes… de todo el fragor del mundo.
Es interior el rumbo
y lleva la intimidad en secreto
cada vez un poco más allá
hacia el volcado sol en otro.