Pintura

Caillebotte

5 agosto 2024

Dicen que mejor que tener un barco es tener un amigo con barco, o adaptado a nuestro entono se dice que mejor que tener huerto es tener un amigo con huerto.
Bueno pues esto mismo, poder gozar de los beneficios de algo sin sus inconvenientes, es lo que debían pensar toda la cuadrilla de pintores impresionistas parisinos. No tenían ni un franco, ni estudio donde pintar ni vendían un cuadro pero tenían al amigo rico y buena persona que les compraba sus obras, les dejaba el estudio y les organizaba exposiciones para que prosperasen.
Estoy hablando de Gustavo Caillebotte.
Nacido en 1848 heredó una importante fortuna. Se licenció en Derecho y de paso como tenía tiempo libre cursó los estudios de ingeniería. Sin comentarios.
Su auténtica afición era la pintura, especialmente atraído por el realismo de Millet y Courbet.
Se matriculó en la escuela de Bellas Artes donde, ¡Cómo no! Gustavito también destacó.
Por favor no le cojáis manía que era muy majo chaval.
Aquí podéis ver uno de sus ejercicios de clase, donde puso a su hermano a posar.

La nota que le pusieron por el ejercicio no la conozco, pero vamos, suspender no suspendió.
Pero fijaos en cuatro cosas:

  • La sutileza con la que está resuelto el reflejo en la puerta de cristal.
  • El contraste sin estridencias entre la luz exterior y el interior.
  • El encuadre de la escena, claramente influenciado por la recién nacida fotografía. Este es un rasgo permanente en su pintura.
  • Y la exquisita y forzada perspectiva de los edificios – característica que usa mucho en sus cuadros y por lo que fue muy criticado.

Caillebotte estuvo muy al tanto de la evolución de la pintura, especialmente con el impresionismo por influencia de sus protegidos Pissarro, Degas, Monet… pero nunca abrazó de pleno este movimiento, a pesar de ser él quien organizaba y financiaba las exposiciones de estos e incluso exponer con ellos por puro capricho.
Nunca aceptaba encargos o vendía alguna de sus obras, no lo necesitaba. Él iba a su bola.
Gustave Caillebotte se interesó, como sus compañeros, en reflejar la vida diaria y fijaos hasta que punto pueden ser de estúpidos los autoproclamados “guardianes de la moral y buenas costumbres”.
En 1875 pintó su famoso cuadro “Los acuchilladores de parquet” que presentó al Salón de Invierno, el salón oficial de lo más granado de París.

Por supuesto no fue aceptado, motivo, y cito textualmente, “es muy vulgar”.
No se podía entender que fuese objeto de una pintura la representación del nuevo proletariado urbano. “Bastante tenemos con la representación de campesinos, al fin y al cabo tienen algo de bucólico”.
En resumen que no la aceptaron y Caillebotte la mostró al año siguiente en el salón de los independientes junto con cuadros de toda esa chusma de aficionados a la absenta, Renoir, Sisley, Monet, Degas…

Anécdotas aparte, analicemos el cuadro.
El color, tierras verdosas, blancos liliáceos, no se pueden catalogar ni de cálidos ni de fríos, se mueven en esa difusa frontera, pero siempre muy lejos de los colores empleados por los impresionistas.
Las figuras exquisitamente dibujadas, están resueltas con largas pinceladas propias de la escuela realista a la que admiraba.
La escena huele a barniz viejo y madera. Los tres operarios se afanan en rascar el barniz con la cuchilla (operario central) y alisar la madera, especialmente en las uniones de las tablas, donde estas tienden a curvarse usando el cepillo de carpintero, de ahí las líneas (operario de la derecha del espectador), mientras el tercero corta una viruta rebelde , un repelo que dicen los carpinteros. No me negaréis que no es una auténtica escena fotográfica. Viva y sin artificio.
Dedicad un instante a mirar los matices del reflejo de la luz en el suelo.

En fin “vulgar y artificiosa por lo forzado de la perspectiva”.
¡Hay esos gurús del buen hacer y las buenas costumbres!
No me resisto a poner un par de cuadros más.
El primero es “El Yerres. Efecto de lluvia”.

Este cuadro es todo delicadeza y buen gusto.
La lluvia no se ve, nunca se ve, pero las gotas se dejan notar en la superficie.
El rio Yerres transcurre plácidamente. Se percibe su movimiento gracias a esa diagonal con la que está dibujada la orilla más cercana, frente a la casi horizontalidad de la otra orilla, efecto prestado de las estampas japonesas tan de moda en esa época.
En una cosa si “copia” Caillebotte a los impresionistas, es una obra “au plain air”, es decir pintada al aire libre y esta en concreto en la casa de su propiedad que tenía a orillas del rio Yerres.
En esta misma propiedad está pintada esta última obra “Paseo en barca”.

Más allá de lo sorprendente para nuestros días, de ver remar a alguien con chistera, este cuadro tiene un aporte totalmente novedoso para la pintura.
El espectador está literalmente subido en el bote. No ve la escena desde fuera.
Este efecto lo consigue empleando todo el ancho del cuadro para el fondo de la embarcación. Con un encuadre así sería fácil que la imagen quedase estática, pero fijaos como el banco del bote no es paralelo al borde del cuadro. Esa ligera inclinación hace que el conjunto deslice suavemente sobre el agua.
Es un enfoque más que fotográfico, de puro cine moderno, con la cámara tomando un primerísimo plano para así hacer al espectador partícipe del paseo.
Gustave Caillebotte falleció en febrero de 1894, debido a un derrame cerebral, cuando solo tenía 45 años.
En su testamento, del que nombró albacea a su buen amigo Renoir escribió:
«Donó al Estado las pinturas que poseo; solo que como quiero que se acepte esta donación y que se acepte de tal manera que estos cuadros no vayan a un desván… es necesario que transcurra algún tiempo antes de la ejecución de esta cláusula, hasta que el público, no digo entienda, pero sí admita esta pintura. Este tiempo puede ser veinte años o más… Pido a Renoir que sea mi albacea testamentario y que acepte amablemente un cuadro que él elegirá; mis herederos insistirán en que tome uno importante.»

En total un legado de sesenta y siete obras, de Degas, Cézanne, Manet, Monet, Renoir, Pissarro y Sisley que suscitó la oposición de la Academia de Bellas Artes y de algunos artistas y críticos por considerarlo basura.
Dos años después, el Estado aceptó solo 38 cuadros, que pasaron a formar parte de la colección del entonces Museo de Luxemburgo.
Finalmente desde 1986 , ochenta y ocho años después de su muerte, la colección se exhibe en el museo de Orssay
Entre las obras recibidas por el Estado se encontraba una del propio Caillebotte, «Los acuchilladores de parqué»; y únicamente porque Renoir la había añadido. En su modestia, el testador no quiso incluir obras propias.

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