Los años nuevos

Empiezan los años como se acaban. No nos engañemos. Un año es eterno cuando eres niño y todavía te ronda la culpa del pajarito Pinzón. Un año es un día en la memoria de un cuarentón. A lo que te das cuenta haces la fiesta con los quintos de los 50 y te apoyas en el mismo lado de la barra que hacía diez años, echando de menos a alguien e intentando que lo que pase, pase lo mejor posible, qué remedio.

Empezamos estas historias vendimiando. Ha habido hijos, discusiones, mundiales, pandemias, alumnos de intercambio, novedades y fichajes estelares e, incluso, un atril-libro que ahora duerme el sueño del polvo en lo alto de la nevera de las cervezas.

El año nuevo ha caído en domingo. Los amigos del Carlos y la Celia, los de la peña Los Maquis, ocuparon el local para comerse las uvas. El sol salió como el día anterior y a lo tonto modorro han pasado ya 23 años desde la helada que hizo que nos tiráramos a reculas por la cuesta de la iglesia en Nochevieja, cuando aún ligábamos y aguantábamos las noches de largo.

El año nuevo nos traerá situaciones como el viejo. A veces pienso que vivo en una continua película de Berlanga, pero se nos olvidan algunas anécdotas, pues muchas de ellas las protagonizamos además, de forma estelar.

San Blas nos traerá la cata del vino. Ya habremos pasado San Antón y la hoguera, si el inspector y sus amigos tienen a bien ir a buscar la leña.

En realidad, acaba de nacer Jesús pero en breve estaremos pensando ya en que se muera, porque lo nuestro es más lo de la Semana Santa, para qué negarlo.

Nadie escribe sobre lo que Todos saben. En cualquier caso, un bar es un mundo, un pequeño universo donde no hay reglas fijas pero hay huecos que se llenan, o se vacían, como si todo se sujetase con unas finas costuras del más absoluto surrealismo.

BSO:
Waltz No. 2, Dmitri Shostakovich