El bar del Carlos
Echarle huevos

Estimamos mucho a la gente que piensa que, la redacción de estas pequeñas historias que suceden a lo largo del año en el Bar del Carlos (y de la Celia) lleva consigo una faena de creación de las gordas.
Es así, no les vamos a engañar. Aunque también podría ser posible que, como pasa en los bares, el que escribe se cabree un día o simplemente desaparezca, y nos deje a todos colgados y sin historias para las semanas siguientes.
Así que, con ánimo de ayudar al escritor, quisimos echarle huevos y escribir el texto, con sus anécdotas, en cinco minutos, aprovechando para ello un jueves literario del cual el menú ha sido ya manifestado, a poco listos que sean.
Así que, una vez puesta la mesa, salieron a relucir los huevos del Antonio. El Antonio, si recuerdan, es uno de los nuevos fichajes de la temporada. Urbanita como él solo, se lanzó al buen gusto de criar unas gallinas en su corral de San Braulio. Después de meses de incertidumbre, que a punto estuvo de mandar las gallinas a tomar por el culo, ahora le dan tres huevos y no tiene cojones a comérselos todos. Pues eso, que le dijo la Celia que si eran pequeños sus huevos y siempre surge el chiste fácil.
La cena coincidía con las primeras semanas de vuelta al cole, así que, se pueden imaginar, para haber estado toda la semana a régimen, salimos a cuatro huevos, pequeños, por cabeza.
Nuestro amigo José, que es conocedor de huevos, siempre nos cuenta su desayuno frugal a base de un ajo con pan y aceite. Pero poco se conocía el ajo esta navidad cuando mandó las fotos de los langostinos: desayuno, almuerzo, comida, merienda y cena.
El Carlos, que le va más el huevo que a un tonto un lapicero, pensaba en voz alto aquello de que si la Celia se va con uno, él se va con ellos. No es plan dejar el instituto sin equipo directivo.
A esto que vino el Marcelico, que tiene, como bien saben, un bebé y abandona tristemente el pueblo con la orientadora y su hijo, lo que va a dejar tremendo vacío de despoblación. No entramos al trapo para explicar lo de las tetas y las carretas pero sí que hubo que ponerse firmes para explicarle qué era eso de la separación de bienes, tan contento que estaba con sus bienes patrimoniales. “Agarrado por los huevos”, decía el Paco con su sonrisa picarona.
Así que el más despistado de la mesa sale con el dicho de que “yo a mi mujer siempre la jodo; o mejor dicho, siempre me jodía”. Y aquí lo dejamos que se enfrían los huevos. Que las longanizas hace mucho que están frías.