Pintura

Morandi, el alma de lo cotidiano

15 noviembre 2021

Me resulta difícil hablar de Giorgio Morandi sin incorporar un exceso de emoción. Sus obras son para mí tan sublimes que solo son interpretables con el sentimiento. Es el hecho de ver como objetos tan cotidianos como una botella, una caja, un jarrón encuentran un alma. Sí, se muestran como lo que son, una botella, una caja, un jarrón, pero formando un conjunto con identidad propia que al contemplarlo percibimos que están alineados de la única forma posible, que aquí y ahora solo podían estar así, aunque esos mismos objetos en otro momento, en otro cuadro, estén en distinta posición dando lugar a otra composición grupal diferente pero también la única posible en ese momento. Cada elemento es, quizás, como una nota, re, si, fa… pero que solo adquieren personalidad cuando se escuchan formando un único acorde. Aunque asociar sonido a Morandi es un contrasentido ¡Él que era el pintor del silencio!

Giorgio Morandi nació, vivió y murió en Bolonia, ciudad de la que se alejó en contadas ocasiones desde su nacimiento en 1890 hasta su muerte en 1964 salvo sus estancias en un pequeño pueblo no lejos de Bolonia, Grizzana y que actualmente se llama Grizzana de Morandi.

Conoció a Chirico y formo parte de la pintura metafísica, aunque pronto abandono esta línea para seguir los pasos de su admirado Cézanne y como él investigó en la pintura de lo diario, cerrado en su diminuto estudio y con su eterno cigarrillo en la comisura de la boca.

A medida que avanzó en su pintura el color de cada objeto va dejando de tener importancia para adquirirla un aparente blanco. Casi nunca blanco absoluto. Con este manejo de la luz a través de los tonos claros y las sombras, genera un clima de soledad, de melancolía difícil de explicar. Es como si trasladara a sus objetos el espíritu de la pintura metafísica.

Morandi nunca deja vislumbrar el interior de los objetos, las cajas siempre estarán cerradas, las botellas pese a ser de vidrio no translucen su contenido, hay que adivinarlo. Lo mismo hace con las casas de sus paisajes que siempre permanecen con las ventanas cerradas.

Os propongo un ejercicio del estilo “Encuentra las diferencias entre estas dos imágenes”. Ese bodegón de cuatro objetos y otro bodegón de nuestro gran Zurbarán, en el que tanto se inspiró el italiano.

Bodegón de Zurbarán

En ambos casos son una sencilla pero maravillosa composición con varios objetos cotidianos sobre una repisa y ambos están lejos de esos macabros bodegones flamencos de perdices con la cabeza colgando o liebres desmayadas. En estos dos casos solo hay tres protagonistas: objetos, luz y sombra, pero en el caso de Zurbarán, son retratos precisos de lo que son, de sus formas y del material con el que están hechos: barro, cerámica, zinc, plata, mientras que para Morandi los objetos pierden la personalidad individual para ser el conjunto quien la adquiere.

Fijaos como en el bodegón de Zurbarán no hay sombras proyectadas de un objeto sobre otro reforzando así la individualidad, frente a las interacciones de Morandi, sombras, reflejos, superposiciones… haciendo que adquieran dimensión de conjunto.

Una última apreciación, os prometo que con esto casi termino, hemos dicho que en ambos casos uno de los protagonistas es la luz, sí, pero Zurbarán nos cuenta como cada objeto la refleja mientras que Morandi nos relata como esa luz es recibida creando una atmosfera casi mística.

Dicen que Giorgio Morandi llegaba a hacer un cuadro en un par de horas, pero tardaba meses en colocar los objetos para ser pintados. No sé si es verdad, pero es muy descriptivo del carácter de nuestro protagonista.

Para este articulo el acompañamiento musical de obligado cumplimiento tiene que ser “Los sonidos del silencio”. ¿No os parece?

Canción: The sounds of Silence, Simon & Garfunkel.
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