El Bohío Caraqueño

El niño avión

20 julio 2023

El 12 de octubre de 1970 se inauguró en La Gran Caracas, El Museo del Transporte Guillermo José Schael. Cuando abrió sus puertas, entre el público se encontraba Jeremías, un precoz niño, quien estaba de primero entre la muchedumbre. Vivía en la urbanización de Los Palos Grandes con su abuela y la señora del servicio. Era un furibundo amante de los aviones, por esa razón, no le resultó difícil, que, en la sección dedicada a la aviación, se enamorara a primera vista y perdidamente del Douglas DC3 de la Segunda Guerra Mundial.

Jeremías era una criatura de espíritu noble, que apreciaba el arte de lo contemplativo, y vaya que le gustaba observar a aquel avión, que había llegado a Venezuela a finales de los cuarenta. Lo suyo rayaba, posiblemente en la obsesión, o por lo menos, así opinaban, algunos empleados del museo, que ya conocían al chico, porque todas las tardes) a excepción del lunes que cerraban por mantenimiento), se sentaba allí, en uno de sus costados, para admirar, a aquel pájaro de acero, protagonista o testigo sabrá Dios, de tantas batallas y aventuras.

No era el único avión en el hangar, también se exhibían, el Short Skyvan YV, un Fairchild PT 19 de 1937, un Beechcraft C45 de 1949, así como el N.A. AT6, el primer avión de entrenamiento de la F.A.V. Pero este curioso usuario, era fiel a su único amor, ese Douglas DC3. Jeremías sin proponérselo, se había transformado en otra atracción más del museo, convertido en una celebridad, entre los visitantes y funcionarios. Nadie recuerda quien le colocó el apodo, pero lo cierto fue todos comenzaron a llamarlo, El Niño Avión.

Pasaron los años, y el 9 de abril de 1976 aterrizaba en el Aeropuerto Internacional de Maiquetía el mítico Concorde de la Air France, convirtiéndose en un gran suceso noticioso. Los comerciantes no desaprovecharon la ocasión para saturar el mercado con juguetes y souvenirs, especialmente para la chiquillería local.

En ese periodo de tiempo Jeremías, inexplicablemente desapareció o por lo menos ya nadie lo volvió a ver por los alrededores. Coincidencia o no, a raíz de su desvanecimiento, surgieron docenas de hipótesis y conjeturas, unas coherentes, otras disparatadas, inclusive, las más hermosas eran difusas, casi poéticas.

El único hecho cierto, es que Jeremías no regresó, con su ausencia el museo perdía un pequeño encanto. Ya nada era igual. Posiblemente, al crecer, emigró volando hacia otras latitudes, metas y amores. Entre tanto fierro y metal, hacía falta la presencia tenaz y perseverante de Jeremías, y qué decir de ese triste y viejo Douglas DC3, cuanto lo extrañaría, seguro que le hubiese encantado desaparecer con El Niño Avión, a surcar esos cielos y horizontes, quizás para ir en búsqueda de nuevas batallas y aventuras.

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