Pintura

Los Arnolfini

13 diciembre 2021

El enigmático Fulcanelli, el último alquimista del que se tiene conocimiento cuenta en sus libros “El misterio de las catedrales” y “Las moradas filosofales” publicados en 1926 y 30 respectivamente, la relación hermética que existe entre las grandes catedrales góticas, proporciones, distribución, portadas… y los mensajes de la alquimia.

No vamos a entrar aquí a describir estos libros que me hechizaron en mis años de juventud, también es verdad que por aquel entonces leía todo lo que aparecía a mí vista, pero sí a preguntarnos si existe algo parecido en la pintura. Es decir, si hay pinturas que contengan algún mensaje solo interpretable por “iniciados”.

Más allá del muy desconocido simbolismo de las pinturas románicas hay un cuadro de 1434, final del gótico que es una auténtica joya en este sentido, realizado por el pintor flamenco Jan van Eyck.

Al contemplar este cuadro hay dos cosas iniciales que llaman la atención, la aparente preñez de la mujer y, ocupando el centro geométrico del cuadro, la posición de las manos una apoyada ligeramente en la otra.

Ahí están, cogiditos de la mano. Ella con su vestido ribeteado en armiño y él con la vestimenta en terciopelo rematada con marta o quizás nutria, nos están diciendo claramente que pertenecen a la alta sociedad, aunque no a la nobleza a juzgar por los zuecos de madera, usados para no mancharse con el barro de las calles. Sería impropio de un noble caminar como un plebeyo.

Ya tenemos el primer mensaje.

El personaje, Arnolfini, soporta con su mano izquierda, esto es importante, la de la mujer indicando con ello: “Yo mantendré a esta mujer con mis bienes” aunque ella seguro que hubiese preferido que fuese con la derecha, porque entonces además de tener derecho a ser atendida en sus necesidades hubiese indicado que en caso de viudedad ella heredaría todos los bienes y que los hijos del matrimonio tendrían derechos de herencia.

Hagamos una pausa y explico. Cuando se realizó este cuadro el acto matrimonial no era considerado sacramento y por tanto no se realizaba en las iglesias, no fue hasta casi un siglo después, en el Concilio de Trento donde se dicta que el casamiento se realizase en las iglesias, ojo y normalmente en la puerta, nunca en el interior, eso sí previo pago de un impuesto al clero. Los contrayentes lo que hacían en esta época era jurarse fidelidad ante la presencia del Altísimo y a la mañana siguiente aparecían juntos ante todos, o como mucho iban juntos a misa y punto.

Pues bien, el hecho que sea la mano izquierda del ya marido, la que soporta indica que le está dando el regalo matutino de boda, “morguengabe” en alemán y de esa palabra vienen los llamados matrimonios morganáticos que no dan derecho a herencias y que fue muy usado por la realeza europea.

Pero vamos a recorrer los detalles del cuadro.

Por encima de la pareja cuelga una lámpara, pero qué curioso, solo tiene una vela encendida, ¿Cuestión de ahorro energético? No, la llama simboliza a Cristo que todo lo ve, y es aquí testigo de las promesas nupciales, por eso no hacen falta más testigos. Aún hoy, en las ceremonias de boda ortodoxas, el novio entrega un cirio encendido a la novia con el mismo significado.

En la esquina inferior derecha de la imagen se puede apreciar una figurita tallada perteneciente al respaldo de una silla. Es santa Margarita venciendo al dragón, patrona de las parturientas.

Todos los objetos pintados por van Eyck en este cuadro no son simples representaciones realistas, todos ellos tienen un significado simbólico.

El perro a los pies indica fidelidad, por eso en muchas iglesias y catedrales veréis tumbas con un perrito a los pies de las esposas, reinas o lo que fuere, y leones a los pies de los hombres como símbolo de valentía. Está claro que la fidelidad solo era esperable por parte de ellas.

¿Y qué pintan los zuecos y las chanclas por el medio? ¡Qué desordenados sabiendo que venía el pintor a inmortalizarlos!

Para la gente de esta época contienen una clara alusión al Antiguo Testamento “Quítate las sandalias de los pies porque el lugar que pisas es tierra sagrada” Así habló Dios a Moisés cuando dos esposos celebraban matrimonio convirtiendo con el acto un simple suelo en lugar sagrado.

Especial importancia tiene la firma del pintor. No está modestamente situada abajo a la derecha, de hecho, en esta época normalmente ni se firmaba, sino en un lugar bien destacado entre la lámpara y el espejo. También la fórmula es insólita. No pone “Johann de Eryck fecit” (lo hizo) sino “fuit hic” (estuvo allí), convirtiendo el cuadro en un documento donde el pintor no firma como autor sino como testigo de lo allí ocurrido.

Le toca el turno al espejo, de hecho, no es un espejo sino una bruja ya que es esférico y de metal. El marco contiene diez medallones que representan diez estaciones del Vía Crucis, recordatorio del camino de Cristo al Gólgota. Cada uno de esos medallones tiene un centímetro y medio de diámetro, aproximadamente el tamaño de la uña de un pulgar y sin embargo a pesar de su dimensión retrata toda una escena. Está pintado con un pincel de un solo pelo que normalmente se obtenía de la oreja de un buey. Hoy en día se siguen usando los pinceles de oreja de buey para pintar con acuarela, aunque no de un solo pelo.

La bruja aumenta sorprendentemente el ángulo de visión, de ahí su nombre y está situado por detrás, lo que permite ver que dos personajes están entrando en la estancia. El de vestimenta azul es el propio pintor. Este mismo efecto del espejo fue empleado doscientos años más tarde en Las Meninas por Velázquez, ya que el cuadro que nos ocupa pertenecía a la colección real de la que Velázquez era su conservador.

Se me queda en el tintero, bueno en el teclado, el significado de muchos objetos: Las naranjas, el rosario, las cerezas que apenas se ven a través de la ventana abierta…

Y no se me olvida. No está embarazada. El vientre cubierto y los pechos pequeños y sujetos muy altos corresponden a los gustos estéticos de la época del gótico tardío y el vestido con semejante profusión de tela era la moda borgoñesa en Brujas, donde vivía el matrimonio Arolfini. Un francés malicioso sentenció que con esa moda las mujeres parecían barcos con las velas desplegadas impidiendo distinguir a las embarazadas de “las vacías”. Resumiendo, el cuadro es todo un contrato matrimonial.

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