Fila 13, Asiento 79

Las flores de mi jardín

Foto tomada de Pexels

Hace no mucho tiempo, cuando todavía salía frecuentemente de fiesta por las noches, tenía una frase que utilizaba cuando me gustaba una chica y creía que podía tener algún rival en el intento de conquista y comprobaba que llevaba las mismas intenciones que yo. Cuando surgía el momento me acercaba al oído del susodicho y con un susurro mientras esbozaba una sonrisa le decía: “llevo días regando las flores de ese jardín, no me las pises”, la mayoría de las veces la respuesta eran risas mutuas, y una mirada que cerraba el pacto.

Hoy, las flores de mi jardín crecen preciosas, llenas de color, de frescura, pero sobre todo de cariño, son dos hermosas flores, que se parecen bastante entre ellas, cada día un poquito más; cosa que a veces me preocupa, ya que hace que su alianza frente al jardinero sea muy fácil.

A pesar de que hay momentos en los que sale alguna espina, el cariño hace que pinchen muy pocas veces, y que día a día se superen todo tipo de adversidades. Los días de viento, lluvia o grises siempre terminan pasando y nos llevan a una primavera donde las flores de mi jardín lucen preciosas. Me siento muy orgulloso de ellas, y espero que desde lo más profundo de sus pétalos ellas también se sientan orgullosas de mí. Siempre que pienso en ellas lo hago con una sonrisa.

Al final, te involucras tanto que te das cuenta que tu jardín gira entorno a ellas, necesitas cuidarlas, admirarlas, sentir su esplendor y ver como crecen, como lucen e incluso muchas veces ver como siguen su camino.

Recuerdo como apareció la primera flor de mi jardín, fue curioso porque en contra de la teoría, mi flor broto cuando no había sol, cuando una fuerte y larga tormenta hacía que mi jardín estuviera sucio y embarrado, y de ahí surgió esa primera flor, débil al principio, poco a poco fue creciendo y ganando color y belleza, para convertirse hoy en un maravilloso ramillete con dos hermosas flores que hacen que mi jardín luzca precioso y lleno de luz. A veces se me olvida regarlas, pero, aun así, ahí siguen, lozanas, sin secarse, sin esperar nada, regalándome su olor, su color y su belleza a pesar de la falta de agua. No sé si soy consciente de la suerte que tuve de que esa flor eligiera mi jardín para tomar tierra y crecer, a pesar de que no era el mejor jardín del vecindario, y a pesar de que reconozco que no tengo ni idea de jardinería.

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