Relatos
Joyas
29 septiembre 2023
Martín siempre había soñado con ser joyero. De niño, fabricaba anillos y pulseras, hasta collares y tiaras para su madre, sus tías y sus primas. Usaba cualquier material a su alcance. Hilos, ramas, hasta los cables de colores que dejaban los instaladores de las torres de Telefónica allá por aquellos tiempos. ¡Cuántos colores había! Y ponía nombre a cada una de sus creaciones, porque algo con nombre propio siempre vende más que un artículo común.
No tardó en darse cuenta de que su negocio desaceleraba en crecimiento al mismo ritmo rápido en que le crecían los pies.
Montó su propio negocio en su más tierna y avariciosa infancia, y cobraba a sus familiares por cada pieza. Como era pequeño y como la familia era muy familiar, el negocio le iba bien, y Martín visualizó el futuro en mayúsculas, con brillos y destellos.
No tardó en darse cuenta de que su negocio desaceleraba en crecimiento al mismo ritmo rápido en que le crecían los pies. El punto de no retorno lo marcó el cambio de voz. Y empezó a explorar nuevas formas de hacer joyería.
Estudió los materiales inexistentes y las aleaciones imposibles e ‘indescubribles’. Estos era mejor que quedaran así, en el anonimato, por algo nadie los había sacado aún de su escondite secreto.
Cuando daba todo por perdido, ojeando con desgana empleos en los que no se veía dedicando su tiempo y su vida, empezó a llover. Solo lluvia, de momento. Pero al poco rato empezaron los relámpagos, y uno de ellos cayó justo frente a su ventana, chisporroteando en las pinzas de la ropa, convirtiéndolas en otra cosa. Se asomó y las admiró, cada forma diferente, se había destruido lo que eran antes y se habían transformado en un concepto diferente, pendiente de definir, y él iba a hacerlo. Así es como se hizo llamar el joyero de fenómenos.
Su fama no llegó a ser la mayor, pero ya no la necesitaba, porque sabía que lo que había logrado era lo que había estado buscando siempre.
Buscaba sucesos naturales de todo tipo que transformaran piezas en otras obras. Vendía su después en forma de joya y su antes como la historia biográfica de la propia alhaja. Y el después contenía el propio evento extraordinario, como el relámpago encerrado en su primera obra fortuita.
Su fama no llegó a ser la mayor, pero ya no la necesitaba, porque sabía que lo que había logrado era lo que había estado buscando siempre.
Movió hilos, cuerdas y cordones, incluso se movió él, y consiguió encontrar otros joyeros que como él, entendían la joyería con otro ingenio, con otra agudeza, y los juntó en convenciones secretas que solo los elegidos conocían.
En esas reuniones a escondidas, los joyeros de talentos se pavoneaban en la mesa a ver quién había conseguido engarzar en sus piezas la mejor de las capacidades. Por mucho tiempo el más alabado fue el maestro joyero de saberes, que había concentrado los conocimientos en piedras, unas preciosas y otras no tanto. Quien llevara una de sus joyas, era sabio en varias materias, materiales o espirituales y profundas. Pero luego llegó internet, y su negocio cayó en picado.
Allí estaban el joyero de almas, apartado solo en una mesa, tapándose los oídos, porque se le había roto la pulsera de perlas donde aseguraba guardar almas. Una vez liberadas, las almas solo querían hablarle y pedirle cosas, sobre todo para que diera recados a unos y otros.
Otro gran incomprendido, el joyero de sombras, que recogía la oscuridad en sus piezas.
Y pobre alma, la del joyero de diamantes, que ahí estaba perdido, y una vez más quería brillar. En esta ocasión, con una magnífica manga entera de diamantes que pesaba como un demonio y nadie admiró, porque solo eran diamantes.
Otro gran incomprendido, el joyero de sombras, que recogía la oscuridad en sus piezas. Pero claro, daban mucho frío y hacían palidecer a cualquiera que las llevara, él mismo no tenía muy buen color, y eso le dejaba siempre al margen.
Martín siguió descubriendo ingenios, y trabajando el suyo. Y tanto había aprendido sobre los sucesos naturales en su vida, que se había convertido en un experto meteorólogo, vulcanólogo y geólogo, y al final de sus días le ofrecieron presentar la sección del tiempo en una cadena local. Y cuando murió, se hizo cenizas, vidrio, lava, lluvia y relámpago. Y amaneció.