Relatos

En una caja de zapatos

24 febrero 2024

¡Dónde vas, Gretel, si no te cabe el unicornio en la caja de zapatos!

Pensaba las cosas demasiado tarde, pero ya estaba hecho. Lo había querido desde siempre y ahora lo tenía. Así que fue montada en él por el camino de piedras hasta su caja de zapatos. Lo aparcó junto a la bici de montaña, cerca de la montaña con nieve de mentiras que también se había comprado un día que tenían cosas de frío de oferta. Sólo le faltaba llevarla lejos un día, y plantarla allá bien alta y lejana para que quedara bonita desde su casa, y tener buenas vistas desde el oeste cuando mirara por su ventana.

Las montañas se plantan bien en domingo.

Las montañas se plantan bien en domingo, hace falta madrugar y llevar tortilla y pan, o bocadillo vegetal y quesos, refrescos o agua. Si se va con niños se aconseja llevar mantel o una toalla grande por si se quiere luego jugar o echar la siesta. Si el pico a plantar es muy alto hace falta ir ya el sábado y subir antes otra montaña de las naturales, y bajar, para sudar más y así luego el domingo almorzar temprano y montar y volver a sudar.

…se le había caducado la nieve.

Cuando Gretel por fin se decidió a plantar su montaña ya era verano y ya se le había caducado la nieve. La gente que pasaba por allí se puso muy contenta al poder jugar un rato con la nieve que se caía, aunque se había puesto un poco verde y olía a polvos de zumo artificial.

Al volver a su caja de zapatos se dio cuenta de que había calculado mal la orientación y seguía viendo lo mismo de siempre desde su ventana. Pero podía ver su montaña recién plantada si se subía a la tapa de la caja. Algo era algo, y ahora en verano subía muchas veces a ver las estrellas arriba. Y se tumbaba. Aunque había muchos mosquitos y acababa bajando enfadada y dándose manotazos por todo el cuerpo e imaginando cómo se reían de ella todos los insectos del lugar al verla.

Gretel era de las que no quitan la pegatina de la pantalla del móvil cuando es nuevo, ¡para qué! Mientras dure… Total, que todavía no le había quitado al unicornio el plástico del cuerno. Y eso que ya llevaba unos meses con él y ya había cogido un poco de color marrón de tanto hacer de medio de transporte por los caminos. Una noche de mucho calor lo vio todo agobiado ahí fuera y se dio cuenta que podía ser por el plástico y se lo quitó. Y entonces descubrió que el propio cuerno tenía una función de lámpara antimosquitos, se encendía y ahuyentaba hasta trescientos metros a la cuadrada. Así que se atrevió a levantar la tapa por las noches para dormir más fresquita, y pudo ver las estrellas y contarlas hasta dormirse.

Llegó el viento frío que trae las hojas rojizas de más de tres picos

Pero a los unicornios no les gustan las cajas porque les han comido la cabeza con historias de castillos y princesas, y Gretel estuvo entre mandarlo de intercambio o meterse a hacer reformas. Al final, en cuanto llegó el viento frío que trae las hojas rojizas de más de tres picos, él mismo se cogió el mes que por ley le correspondía de asuntos propios y Gretel lo liberó despidiéndose de él para todo lo que quisiera. Para siempre por si acaso. Y le regaló un collar de flores secas, que siempre viene bien si quieres agradar a alguien que tiene cuello para ponérselo.

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