Mitología
Ciclo Troyano Agamenón III
2 junio 2024
Casandra no solo predijo la muerte de Agamenón, sino que maldijo a Apolo porque conocía que también ella sería asesinada después de que lo hubiera sido Agamenón. Por eso se contuvo inicialmente, alarmando a éste para que no entrara en palacio. Finalmente comprendió que su suerte estaba unida a la del rey, bajó del carro llorando y siguió a un ingenuo Agamenón, engañado por su esposa, que dialoga con el corifeo, a quien le dice que ha extrañado la ausencia de su esposo, simulando felicidad al verlo regresar y negando haber tenido amantes en su ausencia.
1. El fin de la tragedia
A partir de ahí se suceden los trágicos acontecimientos: Clitemnestra mata a Agamenón, mientras está bañándose, de una forma muy sibilina: ayuda a su marido con un paño para que se seque, pero lo dispone de tal manera que el rey no puede defenderse y, una vez inmovilizado, le asesta varias cuchilladas. Curiosamente, los espectadores de la obra teatral no ven la escena del homicidio de Agamenón, sino que el coro de los ancianos y los asistentes escuchan los gritos de dolor provenientes del interior del palacio. Y sobre el suelo, a la vista de todos, aparece yacente y ensangrentado el cuerpo del rey y, junto a él, el de Casandra. Clitemnestra se revela como vengadora de la muerte de su hija Ifigenia a manos de su marido y de la reciente llegada de Casandra, concubina de Agamenón. Mientras tanto, Orestes se siente ya tranquilo tras haber vengado la muerte de sus hermanos, a manos de Atreo, padre de Agamenón, sobre cuya casa ha recaído la maldición de sus antepasados.
El coro permanece expectante y no hace nada para detener a Clitemnestra porque siente miedo. Su única iniciativa es entablar un diálogo con Egisto y llamarle cobarde por permitir que una mujer diera la muerte a Agamenón y su concubina (la sociedad griega era machista) cuando el odio acumulado y los deseos de venganza eran compartidos por la reina y él, que, a partir de ahora, gobernarán Micenas. El coro dice que desea morir por la desgracia sucedida, maldice a Egisto, y éste lo amenaza con la prisión. El coro anhela fervientemente e impreca a los dioses el regreso de Orestes para que vengue la sangre derramada. Al escuchar esto, Egisto ordena a sus hombres que maten al coro, pero Clitemnestra rechaza adoptar una decisión tan tajante alegando que se ha derramado bastante sangre como para continuar con más muertes violentas. Lo importante es que ahora ella y Egisto se habían convertido en reyes de Micenas.
2. Los temas subyacentes en esta tragedia
La dependencia del destino (ananké / fatum). Los hombres y las mujeres tienen designado por la divinidad un final al que inevitablemente son conducidos sin que, por su parte, puedan emprender acciones que los alteren o modifiquen. Cuando Agamenón mata un ciervo del bosque sagrado de Artemis y se ufana de tal acción, no es completamente libre, aunque pudiera parecerlo. En realidad, está predestinado a hacerlo, provocando la ira de la diosa, que le hará saldar su cuenta con el trágico final que padeció.
Junto al destino, el otro tema que merece el castigo divino es la provocación a los dioses: la soberbia, la Hybris, el querer ser semejante a los dioses. Agamenón rechaza el exclusivo derecho de caza de Artemis, que hemos señalado antes, pero también acepta los ofrecimientos de su esposa Clitemnestra para que entre en su palacio pisando una larga alfombra de púrpura, color reservado a los dioses, lo que provoca la ira divina. Lo mismo ocurre con Casandra, que rechaza el amor de Apolo una vez que este le había concedido el don de la profecía, y es castigada con la incredulidad de los oyentes cuando emite sus oráculos.
Los ejemplos citados son hechos individuales donde los seres mortales comenten injusticias, que se reparan con la muerte: la muerte de Ifigenia a manos de Agamenón; el asesinato de un esposo a manos de su mujer, Clitemnestra; los concubinatos de Briseida y Casandra, que ultrajan el honor de Clitemnestra; o el que esta le inflige a Agamenón con Egisto; el abandono del marido, Menelao, en el caso de Helena; o la violación de la hospitalidad, máxima entre los griegos, como cometió Paris, son hechos que requieren reparación, justicia. Y la aplicación de esta es recurrir a una norma: la Ley del Talión, ojo por ojo; diente por diente. Hoy se rechaza esta idea porque nadie debe tomarse la justicia por sí mismo, puesto que para ello están los tribunales de justicia; e incluso esta determinación nos parece brutal, pero en aquellos tiempos la Ley del Talión significaba reparación, proporcionalidad, equidad y comunicación de su aplicación ante el público de la ciudad. En esto consistía la restitución de la justicia hasta que se escribieron el primer código helénico de Solón.
Los diferentes oráculos y predicciones son importantes porque permiten conocer la voluntad de los dioses y evitan que las personas adopten las decisiones equivocadas. El mundo antiguo conoció el de Apolo en la isla de Delos, adonde acudían los griegos de los distintos lugares de la Hélade para que la pitonisa, después de un donativo, les hiciera las predicciones que querían conocer. Junto con los oráculos y los adivinos, se da mucha importancia a la superstición: el hecho de que Esquilo cuente que dos águilas devorarían una liebre preñada no es otra cosa que la personificación de Agamenón y Menelao, que destruirán Troya, identificada con la liebre, lo que originará también el castigo de las deidades, puesto que también esa ciudad tiene divinidades protectoras. Lo mismo ocurrió con otra profecía, cuando todavía los griegos se encontraban en Áulide y no podían partir por la falta de vientos. Cuando estaban ofreciendo un sacrificio bajo las ramas de un árbol, un dragón salió reptando y devoró un nido del árbol. El nido contenía ocho polluelos y el águila. El adivino Calcante interpretó el presagio como una indicación de que los griegos debían partir a luchar contra Troya durante nueve años, pero al décimo tomarían la ciudad.
Esquilo y los demás poetas trágicos representan el fin de una época (la arcaica) donde los valores tradicionales (el respeto a la vida humana, la familia, la hospitalidad, la piedad hacia los dioses, etc.) deben ser observados y fielmente cumplidos para evitar el enojo de los dioses.
Una matanza suscita otra. La violencia engendra violencia: al crimen de Agamenón se opone el de Clitemnestra, porque su perpetración no solamente ha ofendido el vínculo del matrimonio, sino también la autoridad como rey, aunque sus decisiones hayan sido arbitrarias y tiránicas. Clitemnestra se ha tomado la justicia por su mano, ofendida por el sacrificio que Agamenón hizo de su hija para provocar los vientos de Posidón y llegar a Troya, y por la falta de fidelidad del rey al matrimonio. Pero ella, que le ha pagado con la misma moneda, deberá expiar su culpa. Y será su hijo Orestes, al que el coro llama, quien llegue a reparar todo el daño hecho y la sangre derramada, aunque esto es objeto de la siguiente tragedia de Esquilo.
Aunque la obra de Esquilo es una continuación de la homérica, hay rasgos que la diferencian. No por ello han transcurrido en vano, al menos, algo más de cien años entre una y otra. Si Homero ve la guerra como un acto heroico, honorífico y justo, Esquilo manifiesta un carácter más humano, ya que el coro de la obra se fija en los desastres que provocan las contiendas: las urnas de las cenizas de los combatientes muertos en la batalla vuelven a casa en lugar de los guerreros que partieron; el doble rostro que tiene la victoria: el que conduce a la gloria y aquel que produce el exceso, la muerte, la desolación y la ruina. “Que no sea yo destructor de ciudades”, proclama el coro. En este sentido, se invierte el ideal heroico o, por decirlo con otras palabras, la obra es antihomérica en cuanto a temática se refiere. Lo que en Ilíada es gloria, aquí es injusticia castigada.