Murmullo sin ruedines
Murmullo
6 mayo 2023
Ando pensando en cómo titular esta sección sobre música que me han encargado para la Garceta de la ribera, mientras voy pedaleando hacia Zaragoza por Utebo y Monzalbarba. Cuando voy en bici las ideas fluyen mejor. Será que el riego cerebral es más fluido, valga la redundancia. He escrito muchas letras de canciones andando en bicicleta. Pero bueno, que esto va de música.
Escucho música cuando voy en bici, pero no por los cascos, llevo un altavoz conectado al móvil. Escucho música que no suelo poner en el bar donde trabajo, y así, he ido recuperando cosas que escuchaba en mi adolescencia y juventud. Hoy toca escuchar a Iron Maiden, el disco The number of the beast y disfruto como un enano. Pienso en la suerte que tuvimos en nuestro descubrir la música, de escuchar discos tan ricos y perfectos, que gracias a su capacidad de provocación y a su energía, llamaban nuestra atención juvenil poderosamente. De esta manera toda esa riqueza armónica, melódica y rítmica pasaba a engrosar la biblioteca musical de nuestro inconsciente.
En esto voy, cuando a mi derecha un campo de trigo perfecto me hace cambiar de pensamientos y empiezo a reflexionar sobre la matemática en la música y su relación con el orden universal, y en el caos que supone la ruptura del silencio y en si la música es el hueco que queda en el murmullo del Big Bang.
Bueno, más o menos, porque como esto lo escribo en diferido tampoco puedo ser muy preciso.
Llego a una cuesta y tengo que apretar un poco, mis pulmones bombean fuerte y la cabeza se me va a la armónica, que, por cierto, es el instrumento más vendido del mundo, aunque si somos realistas, más que un instrumento es un juguete que fue creado para que pudieran tocar música quienes no tenían conocimientos musicales. El caso es que es un juguete que se ha venido arriba convirtiéndose en icono de estilos tan importantes como el blues y el country. Además, tocarla es muy saludable y ayuda a curar enfermedades del sistema respiratorio.
En eso que encaro la curva del Ebro a la altura del parque del agua y empiezo a ver gente a montones porque es 23 de abril del noventa, hola guapa como estás y hace muy buena tarde. Apago el altavoz porque no me gusta dar la nota y al pasar por debajo del puente del rio, debajo del rio del puente de la Almozara suena el reggaetón que llega de las canchas de vóley y pienso en que ninguna música merece inquina y si los chicos y las chicas quieren escuchar eso, como decía el Fary, déjales que le peguen a la lejía, que no hacen mal a nadie.
Pero a mí no me pillarán con la guardia baja. Aprieto el ritmo para salir de allí lo más rápido posible y en cuatro pedaladas llego a la plaza del Pilar justo a tiempo de escuchar el bendita y alabada, que melódicamente no está mal, pero flojea de producción. Mete un Hammond, un banjo, no sé, algo, una percusión mismo. Me bajo de la bici, que es zona peatonal, y mientras camino paso la vista de esquina a esquina, y mi diente de oro va alumbrando toda la avenida. Una banda de rock aglutina un montón de gente alrededor y el acordeonista de las terrazas pide dinero a cambio de alejarse de tu mesa.
Huyo del centro por Conde Aranda y vuelvo a poner música, esta vez el disco ‘Piece of mind‘, otra obra maestra de los Maiden, con himnos como ‘The trooper‘. Cruzo el puente del tercer milenio, subo hacia Juslibol y al dirigirme a los galachos, parece que vaya a asomar Bruce Dickinson sobre los escarpes del Castellar blandiendo una bandera.
Atrás queda el murmullo de la ciudad.
El murmullo. En las montañas no hay murmullo humano. Que buen nombre para un grupo es murmullo.
Cruzo el parque y subo al mirador de Alfocea. Allí hay unos chicos de entre 15 y 20 años, que no es nada, y que febril la mirada, escuchan a la Penguin Cafe Orquestra en los potentes altavoces de su BMW.
Atardece lentamente y el sol se oculta poco a poco tras el Moncayo proyectando mi larga sombra aquí, sombra allá, por el camino verde que va a la ermita, con sus últimos destellos.
Desciendo de nuevo hacia el rio y veo una pintada en una caseta de la luz, ‘I’m always in dark‘, y me hace gracia la paradoja. Me imagino haciéndola, a un gótico con mucha retranca.
Paro en el puente de pontoneros para escuchar el murmullo del rio y poner música otra vez en el último tramo hasta Casetas, pero antes, contemplo una de las mejores vistas del Ebro, que nace en Fontibre y se hace macho en Aragón, con sus garzas reales que parecen de attrezzo de tan perfecto vuelo.
Dejo que Spotify elija por mí, que yo tengo mucho en que pensar. Me selecciona a La familia Carter y así, entre flores, fandanguillos y alegría de Kentucky llego a la cuesta de la acequia Almazara, último empujón antes de llegar al almacén de la calle Huesca donde guardo la bici.
A 20 metros de mi destino se me ilumina la bombilla de la cabeza, esta sección se va a llamar ‘Murmullo sin ruedines‘ porque ya le he perdido el miedo al silencio.
Aviso a navegantes: La gaRceta tiene la inmensa suerte de que su nuevo colaborador además de manejar la pluma como acaban de leer, es un músico excelente, tanto como para hacer algo inédito hasta ahora, su propia banda sonora en el primer podcast. El segundo podcast, a pie de texto, cuenta con una banda sonora bastante más abultada, que trata de acompañar el texto con muchas de las referencias musicales citadas en el artículo. Música: .Primer Podcast: Contrabajo y viento, Gran Bob .Segundo Podcast: The Number of the Beast, Iron Maiden Pieza de armónica, Big Walter Horton 20 de abril, Celtas Cortos Debajo del puente, Pedro Guerra Bendita y Alabada, Plaza del Pilar Pieza de Acordeón, Hugo Añazo The Trooper, Iron Maiden Air a Danser, The Penguin Café Orchestra Rome (Always in the Dark), Double Negative Contrabajo y viento, Gran Bob