La Madriguera

Matar a un ruiseñor

Hemos entrado en octubre, dejamos atrás las asfixiantes temperaturas de los meses estivales y, si nos da por madrugar, notaremos cierta humedad y frescor recorriendo nuestros campos. Otoña. También ha finalizado el periodo de cría de las especies de caza menor y se ha abierto la veda, así que me dispongo hoy a matar dos pájaros de un tiro, pero no temáis. No voy armado. Haré lo de siempre: algunas recomendaciones; libros, películas y reflexiones sobre las obras y sus autores, procurando no errar demasiado el tiro. Los pájaros a los que persigo hoy son dos personajes ejemplares, uno en la ficción y el otro real y de rabiosa actualidad.

El primero es Atticus Finch, abogado abnegado, viudo y padre ejemplar que vive con sus hijos en la localidad ficticia de Maycomb. Es el protagonista de “Matar a un ruiseñor“, un clásico de la literatura americana que narra tres años en la vida de una localidad sureña durante la Gran Depresión de los años 30. Su autora, Harper Lee, ganó el Pulitzer en 1960 con esta obra que aborda los temas de la violación, el racismo y la vida cotidiana del profundo sur americano de esos años. Atticus es ejemplar no tanto por lo que dice sino por lo que hace y cómo lo hace, sin ruido, sin estridencias; se podría decir que es una de esas personas que predica con el ejemplo. Es el padre de dos hermanos, Jem y Scout, chico y chica, que crecen en ese enrarecido ambiente y de paso nos narran la historia. De esta novela me quedo con un pasaje que os relataré con más detenimiento. En cierto momento los hermanos reciben un rifle como regalo y le preguntan a su padre que animales pueden matar con él. Atticus les dice: —matad todos los arrendajos azules que queráis, si podéis darles, pero recordad que matar un ruiseñor es pecado. En esta novela el ruiseñor es una metáfora, es la inocencia. Se trata de un ave que se dedica a alegrarnos la vida, anticipa la primavera. Matar a un ruiseñor es pecado. No se debe matar la inocencia, lo bueno, y esa es la moraleja de la historia. Dos años más tarde el libro de Harper Lee fue llevado al cine recibiendo tres premios Oscar entre los que destacó el galardón a mejor actor protagonista concedido a Gregory Peck. Acordaos para el final del texto, un gran actor, cuyo nombre no se ha perdido.

El haber hablado de un ave cantora y de un personaje ejemplar y ejemplarizante me lleva a mi segundo pájaro. Nacido en Barcelona, en el Poble-Sec, de padre catalán y madre aragonesa, belchitana para más señas. Mestizo, como el que suscribe. A éste tampoco lo voy a matar, si que fui a despedirlo el otro día ya que se encuentra en una extensa gira que pondrá fin a su carrera, la de cantar y contar. Es el nano, el noi del Poble-Sec, Joan Manuel Serrat. Sus canciones tienen una profunda relación con su vida y la de los suyos. Canta a su pueblo, a la niñez, al hambre. Canta al amor y a sus padres, a la vida y a la libertad. Canta a los poetas. Nos habló de su persona y su personaje sin aclararnos donde acaba una y empieza otro. Persona o personaje, algunos seguro que los confundieron en su día, le acarrearon bastantes problemas al principio de su carrera. Por culpa del idioma se pusieron unos en su contra, por culpa del idioma también, se pusieron los otros contra él y en defensa de la vida y la libertad tuvo que exiliarse de su país. Se manejó sin ruidos, sin estridencias, con coherencia y con el ejemplo de sus acciones. Como Atticus Finch. Respetuoso, aunque con firmes creencias políticas no entra en trapos traicioneros ni capotes interesados. Recuerda que su madre, Teresa, la belchitana, le dio la mejor definición de patria que pueda existir: —yo soy de donde comen mis hijos, le dijo.

Muchos de los que fueron a verle el otro día lo hicieron para recordar su infancia y su juventud sin saber que éstas se encuentran en cada uno de nosotros. No hace falta ir a buscarlas físicamente porque quizás, como dijo un día Charlie Brown (ver Mafalda), nos encontremos con que han construido un parking encima de nuestra infancia. Nuestro soñador de pelo largo despidió el concierto con su canción “Fiesta“, y aquí viene mi última reflexión y referencia y es que pienso que esta canción hecha en 1970 está muy unida a otra que me encanta: “El canto del gallo“ de Radio Futura, escrita en 1987. Para mí hablan del mismo pueblo en fiestas, el mismo país, la misma calle separada por 17 años, o una eternidad. En la de Serrat el prohombre y el gusano se dan la mano, eso sí, empapados en alcohol. Todos son iguales por un día con la condición de que al día siguiente cada uno sea cada cual. En la del grupo de los hermanos Auserón son un músico ambulante, un jovencito de broma peligroso y un borracho imitando el canto del gallo, los que nos permiten recorrer ese mismo pueblo y esa misma calle de la ventana enrejada. Y el texto toca a su fin y la fiesta ya terminó y así me voy chasqueando los dientes, en memoria de algún actor, cuyo nombre se ha perdido

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