La Madriguera

Los artistas

29 noviembre 2022

Conversaciones de amigos. Muchas veces banales, tantas veces repetidas, aunque algunas noches, acodados en la barra del bar de nuestra peña, en torno a la hoguera invisible de nuestra amistad, salta la chispa de algún tema nuevo que dará lugar a las más variadas teorías. ¿Qué es el arte, esto o aquello vale tanto o cuanto, vale todo en el mundo del arte?, ¿Quién puede considerarse artista, el artista nace o se hace? En fin, los artistas y el arte. Como os podréis imaginar, en estas charlas indocumentadas hay opiniones para todos los gustos que a mí no siempre me convencen, así que para no pecar de terraplanista de lo bello he decidido indagar un poco en este mundillo para ver si podía sacar algo en claro y para ir un poco más preparado la próxima vez que salga el tema, que a buen seguro lo hará.

Para empezar, me apoyaré en la ciencia. En Einstein. La relatividad. Y es que el concepto de arte es relativo. Las pinturas de Altamira son arte para nosotros, arte rupestre lo llamamos, pero ¿lo eran para sus autores del Neolítico? O, ¿se trataba únicamente de ritos a los dioses para que les dieran suerte en sus cacerías? Quién sabe. En lo que a literatura se refiere, en el siglo XIX se popularizaron los folletines, esas historias por entregas caracterizadas por su baja calidad y lectura fácil, decían en su día. Pues bien, entre esos folletines encontramos al “Conde de Montecristo“, “Los miserables“, “Crimen y Castigo”, “Guerra y Paz“… la relatividad.

Con los griegos y los romanos la cosa resulta más fácil. Los clásicos. Ellos lo tenían más claro y para no salirse de la norma se inventaron el canon, los cánones. El arte se podía medir. La armonía, la proporción. Hombre, templos, escritura, escultura. Todo se tenía que basar en unas proporciones. La proporción aurea. Otra vez la ciencia y el arte se unen. Las cosas bellas lo son porque se acercan a las medidas ideales. Esto, cómo persona cuadriculada que soy, ya lo entiendo más, aunque yo lo resumo en que algo es bonito “porque yo no lo puedo hacer, porque es difícil“.

Los cánones se han ido modificando con el tiempo, con los materiales, con las posibilidades económicas, con la técnica. Gótico, Renacimiento, Barroco… Todo lo que nos enseñaron en el colegio se regía por unas normas que iban cambiando. Hasta que llegamos a nuestros días y lo artístico se ha tornado en “despiporre“. Véase: cubismo, futurismo, surrealismo, fovismo, impresionismo, expresionismo, art brut, pop art, natural art, video arte, performances e instalaciones varias. Y aquí ya me pierdo, oiga.

Blanco sobre blanco, Kazimir Malevich

A mis ojos de inculto del arte se diría que hay un arte clásico, reglado, que más o menos entendemos todos y hay otro, el moderno, que ha tenido que rodearse de un contexto, una historia para hacerse entender. Para explicarse, para justificarse, para venderse. Explicaré este último razonamiento yendo desde una posición más bien asequible o entendible a otras más difíciles de encajar.

Hay obras de Kandinsky, Miró o Pollock de las que todos hemos dicho: “eso también lo hago yo“. De hecho, se ha realizado algún experimento poniendo un mono ante un lienzo, armado con pincel y colores varios y los interpelados después no han sabido discernir cuál era la obra del hombre y cuál la del simio. Pero volvamos a Kandinsky; gran exponente del expresionismo y la abstracción lírica. Geometría y color. Trazos infantiles. Ahora bien, el galerista, marchante o estudioso de turno nos dirá que Kandinsky tenía o padecía sinestesia. Asociaba los colores a sonidos, escuchaba la luz, pintaba partituras. Llamadlo como queráis. Así explicado, con su contexto, la cosa mola más, ¿no? Ya tenéis el contexto y con él el reconocimiento, y con ambos, el precio. Millones de dólares. Vamos ahora con los ejemplos difíciles.

Frente a los expresionistas surgen los minimalistas, son autores que pretenden despojar a la obra de cualquier artificio, de los egos del autor, etc.…  Tras ver obras como el “Blanco sobre blanco“ de Malevich, que fue valorado y vendido por 20 millones de euros, yo diría que han despojado a la obra de todo. Es éste un lienzo blanco pintado… de blanco. También pintó el “cuadro negro sobre blanco“ que es más barato, unos 320.000 euros, quizás por ser menos…minimalista. El estadounidense Ryman también tiene obras monocolores valoradas en millones de euros que más que un catálogo de cuadros parece un catálogo de baldosas.

Llegamos finalmente a las instalaciones, performances o video arte. Aquí los contextos y relatos se retuercen hasta el límite. Uno de los casos estelares de este delirio es la famosa banana del italiano Mauricio Cattelan que, en una feria en Miami, pegó un plátano a la pared con cinta aislante y lo vendió por 120.000 dólares.

Llegados a este punto pienso que seríamos muy ingenuos si pensáramos que ese es su verdadero valor. Debe haber algo más. Son precios ficticios aceptados en un mercado secundario, como si se tratara de bitcoins o algo parecido. El valor, más allá del económico tiene que ser el prestigio social, entrar en círculos que de otra forma estarían vedados para el comprador o simplemente blanquear dinero proveniente de los más variados y oscuros negocios. Pero eso ya no es arte. Se trata de la hoguera de las vanidades de nuestra civilización. La maquinaria que tocando las teclas oportunas convierte los más variados objetos, imágenes, sonidos en miles o millones de euros.

Quizás el fallo no esté en el artista sino en los ojos que miran su obra. En nosotros. Que no sabemos ver o que necesitamos tiempo para adaptarnos a las nuevas corrientes y expresiones artísticas. Quizás el arte resida en algo menos artificial que un plátano pegado a una pared y tan sencillo como una canción. Quizás eso pensó el jurado de los premios Nobel cuando le otorgó el de literatura a Bob Dylan por: ”haber creado una nueva expresión poética dentro de la gran tradición de la canción americana“. Quizás algún día veamos un premio Cervantes para Sabina o para Robe o para Silvio.

Ya sabéis que en mis textos circulares me gusta acabar por el principio y aquí vuelvo a esa barra de bar donde mis amigos y yo hemos preparado más de una performance o instalación. Seguramente nos faltó construir un relato o historia que les diera contenido. Recuerdo cuando vestimos a un maniquí y lo sentamos con nosotros en la barra para grabar un video y gastar una broma. A lo mejor si lo hubiéramos llamado “el bebedor silencioso“ o “el pensador“ ahora seríamos una peña de millonarios. No sé, creo que no saco ninguna conclusión clara de este viaje por el arte y los artistas o sí. Para artistas, lo que se dice artistas, mis amigos.

s r

Deja una respuesta

Esta web utiliza cookies propias y de terceros para su correcto funcionamiento y para fines analíticos. Al hacer clic en el botón Aceptar, acepta el uso de estas tecnologías y el procesamiento de tus datos para estos propósitos. Más información
Privacidad