La Madriguera

Lisboa y la ley de la oferta y la demanda

Foto de Nextvoyage en pexels
Foto de Nextvoyage en pexels

Hoy os propongo un viaje un tanto surrealista, quizás un poco pretencioso en su concepción o equivocado, no sé. En ningún caso épico como aquel en que el coronel Aureliano Buendía fue llevado por su padre, en una tarde remota, a conocer el hielo en el comienzo de los «Cien años de soledad» de Gabo. Ese sí que fue un viaje.

El trayecto que os propongo es una suerte de recorrido entre los recuerdos de mi infancia relacionados con la televisión con escala en conceptos económicos y parada final en Lisboa. ¿Creéis que podré relacionarlo todo? Pues claro, ¿no veis que ya está escrito?

Resumiendo, mucho, la economía de mercado se basa en una oferta y una demanda que se ponen de acuerdo con un instrumento de balance que conocemos como el precio de las cosas. Allí donde el mercado no es competitivo al producirse los llamados «fallos de mercado» el estado deberá intervenir para garantizar su funcionamiento. Pues bien, los años 70 en España eran años en los que estábamos saliendo del letargo de una lenta agonía de un Régimen que tocaba a su fin. Eran tiempos de mucha incertidumbre y a la vez germen de la España que habría de venir. Años en que la oferta de entretenimiento audiovisual era escasa pero la demanda grande puesto que el españolito medio había abierto las puertas y ventanas de su mente de par en par y estaba ávido de estímulos.  Ahora bien, lo que no había era parné, cuartos, plata, guita… Ahí tenemos el fallo de mercado, así que el Estado intervino y surgieron La 1 y la 2 (bueno la UHF).

Eran aquellos maravillosos años en que podías saber en qué día de la semana te encontrabas únicamente poniendo la televisión. En los 70 sin encendías el receptor y veías a un joven Sancho Gracia de patillas infinitas a lomos de un brioso corcel blanco, entonces, era domingo. Era domingo de «Curro Jiménez«. Lo mismo pasaba los viernes con el amigo Félix que popularizó la naturaleza y lo medioambiental con su programa «el hombre y la tierra» de cabecera musical inolvidable a cargo del maestro Antón García Abril. Aunque de lo que yo realmente me acuerdo es de “los hombres de Harrelson”, una suerte de SWAT de los 70 que en la cabecera del programa salían empuñando sus armas y subiendo a un furgón blindado. Pues bien, creo que es lo único que pude ver de esa serie pues empezaba a las nueve y eran otros tiempos y también porque el tiempo pasado pone sus trampas y yo creía que era mayor de lo que hoy me ha dicho la Wikipedia.

Fue pasando el tiempo y nosotros los «boomers», creciendo. Creciendo a base de unos bocadillos extra grandes de ingredientes que creo que hoy no se estilan como por ejemplo la leche condensada, el plátano triturado, mantequilla o vino con azúcar… bueno, seguro que cada uno tendréis el vuestro. Y con nosotros creció la oferta aún muy concentrada en presentar un producto blanco y apto para el consumo familiar puesto que en las casas solo había una ventanita mágica por la que veíamos las imágenes. Son los tiempos de Orzowei y Mazinger Z, de Verano Azul y Anillos de Oro, Aplauso y la Movida y una Bola de Cristal que entre dibujitos y muñecos nos plantaba semillas de transgresión, diversidad y tolerancia. Por supuesto también eran los tiempos de Eurovisión, ese gran festival de la música que reunía a todas las familias en torno a la televisión y que en aquellos años nos daba más alegrías que en la actualidad (nota: esto está escrito antes de la actuación de Chanel).

Con los noventa y la recuperación económica ya había más dinerito en el mercado y surgen las privadas y con ellas vendrían imágenes icónicas de la TV pero no por el lado de la excelencia sino más bien por el de la vergüenza ajena. Desfilarían por nuestras pantallas mama chichos, realities de los más variados pelajes y hasta algún alcalde que ya pasó a mejor vida haciendo un programa desde una bañera.

Sigue habiendo demanda y ya va aumentando la oferta y el precio es cada vez más apetitoso. Hasta llegar a nuestros días, en los que con la irrupción de las mil y una formas de consumir imágenes tanto en dispositivos como en plataformas el negocio se ha tenido que reinventar ofreciendo un amplio abanico de productos cada vez más diversificado, alejándonos, por otro lado, de aquella imagen costumbrista de toda la familia reunida para ver la televisión al más puro estilo de «Cuéntame».  Y ya vamos llegando al punto final de nuestro recorrido. Se ha puesto de moda el palabro «seriófilos» para definir a esas personas que devoran todo tipo de series de mayor o menor calidad, que van en busca de la serie perfecta y protagonizan los más encendidos debates para ver cuál de ellas se llevará ese mérito sin saber, en mi opinión, que lo que añorarán en un futuro no serán dichas producciones sino el tiempo pasado en el que se emitieron, ése… ese que no volverá.

Entre todas esas series quiero analizar el impacto mediático, social y global de una serie española que ha sabido tocar todos los resortes del negocio audiovisual de siglo XXI. Ha conseguido que millones de personas en todo el mundo estén a favor de unos ladrones que deciden robar el dinero de todos sus compatriotas y hundir el sistema financiero del país vendiéndonoslos, en mi opinión de una manera forzada, como unos alegres bandoleros al estilo de aquel Curro Jiménez que campaba a sus anchas por la serranía de Ronda. Supongo que habréis adivinado que hablo de la casa de papel (LCDP), la serie española más vista en los últimos años siendo top 10 en más de 90 países cuya última temporada se ha grabado en distintos enclaves portugueses entre los que se encuentra y sí, ya hemos llegado, Lisboa.

Esta es una hermosa ciudad portuguesa y también uno de los personajes protagonistas de la serie, también con una historia de guion rocambolesca que compramos a ojos cerrados. La de una inspectora de policía que se pasa al bando de los mayores ladrones de bancos de la historia. Otra gran idea de los productores es la de poner nombres de ciudades a los protagonistas y montar, casi sin querer, una gigantesca agencia de viajes donde los seriófilos peregrinan, en el caso de Lisboa, en busca de lugares como el Puente 25 de abril o los funiculares que llevan a las partes altas de la capital portuguesa donde se grabaron imágenes de la quinta temporada. En cuanto a lo social y puesto en contacto con algún residente en Portugal me cuentan que en las distintas fiestas el disfraz más visto era la famosa careta daliniana con mono rojo incorporado, se han abierto algunos escape rooms temáticos de la serie y campañas de grafitis callejeros. Acabaré este recorrido con el que devino en himno de la última temporada que no es otro que el «Grándola Vila Morena» que vino a sustituir a aquel otro famosísimo himno italiano de la resistencia antifascista, el “Bella Ciao” de anteriores temporadas. El tema de Grándola fue el elegido por el Movimiento de las Fuerzas Armadas como la segunda señal para dar inicio a la Revolución de los Claveles del 25 de abril de 1974 que acabaría con casi 50 años de dictadura en el vecino país. Vemos pues como los ingeniosos guionistas de la serie ensamblan unos incontestables himnos a la libertad y la resistencia con la cuestionable causa de nuestros particulares amigos de lo ajeno patrios. Pero bueno, en cualquier caso, es una gran serie que nos ha permitido hacer un recorrido nostálgico por la televisión en España y también conocer algo de la historia del país vecino. Para acabar y aprovechando uno de sus logos os invito a que os unáis a la Resistencia, a la que queráis, claro.

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