La Madriguera
Lágrimas en la lluvia

Los sentidos, los cinco que hemos aprendido desde pequeños nos permiten relacionarnos con el medio que nos rodea y de alguna forma sobrevivir en él. Cuando perdemos alguno de ellos nos sentimos inválidos, algo inútiles. Seguramente habrá alguna explicación científica para que sean cinco y no más, pero, si me hubieran pedido a mí la clasificación habría añadido otro: la memoria. Pensando en memoria cabría diferenciar entre una individual y la colectiva. Tan malo es perder la primera como la segunda. En referencia a la primera, la que atañe a la persona, todos conocemos lo incapacitante de las enfermedades que la atacan, como la amnesia o el alzhéimer. También podemos pensar en los replicantes de la película Blade Runner de Riddley Scott. Seres hechos a imagen y semejanza de los hombres, que carecen de memoria y que cuando empiezan a desarrollar emociones se vuelven peligrosos para los humanos. Es entonces cuando llaman a Harrison Ford (Deckard) para que se los cargue. En la peli lo llaman “retirarlos”. Esta cinta, que es un clásico y os recomiendo fervientemente, retrata a los replicantes como seres tristes y sin alma condenados a vagar sin memoria por un mundo oscuro y decadente.
Después tenemos la memoria colectiva. La de todos. Los recuerdos de las cosas que hemos hecho como grupo, como colectividad, como pueblo. Quiero hablar de una memoria con mayúsculas, sin apellidos como democrática, histórica u otros que no han servido más que para ser usados como arma arrojadiza de razones y justificaciones entre cada una de las dos Españas. Ya lo dijo Machado y lo cantó Serrat después: “españolito que vienes al mundo te guarde Dios. Una de las dos Españas ha de helarte el corazón”. Y es que la memoria, en tanto que compuesta de recuerdos tiene un componente subjetivo. Yo quiero eliminarlo en mi historia de hoy. Voy a hablaros de una parte de nuestra historia desde varios puntos de vista sin analizar sus causas, azares y luchas que canta Ismael Serrano en su “vine del norte”. Sin teñir mi texto de ideología. Y es que hoy, y tras haber escrito trescientas cuarenta y tres palabras ya, quiero hablaros de la batalla del Ebro.
En lo estricta y puramente bélico es la gran batalla de la Guerra Civil española. El ejército popular o ejercito del Ebro del bando republicano la concibe como una ofensiva de distracción para aliviar la acometida de los sublevados sobre Valencia y para intentar “ganar tiempo” hasta que llegara la Guerra Mundial que parecía inminente. Eso habría ayudado al bando de la República al que se hubiera unido un bloque europeo enfrentado a los fascismos emergentes de Italia y Alemania. La zona republicana había sido dividida en dos con la llegada de los rebeldes al Mediterráneo (Vinaroz) por medio de la ofensiva de Aragón que tanto daño y cicatrices dejó en nuestra Comunidad (Teruel, Belchite, Caspe…) y los dirigentes del frente popular se debatían entre los partidarios de un fin de la guerra negociado y los que defendían el “resistir es vencer” que al final hicieron prevalecer su postura. Durante 115 días, desde junio a noviembre de 1938, y desde las zaragozanas tierras de Mequinenza y Fayón hasta la tarraconense Terra Alta de Corbera y Gandesa mas de 200 mil soldados de ambos bandos, formados por milicianos, soldados, brigadistas internacionales, italianos, alemanes y la quinta del biberón compuesta de niños de 17 y 18 años se mataron en unas tierras carentes de valor estratégico, rodeados de viñas, secanos y sierras peladas. Las cifras de bajas varían según las fuentes, pero todas se ponen de acuerdo en un mínimo de 100 mil (muertos, heridos, desaparecidos y prisioneros) de los que 25.000 fueron mortales. En cuanto a lo material fueron más de 250 los aviones abatidos, por cientos se pueden contar las piezas de artillería destruidas por no hablar de las infraestructuras y hasta pueblos enteros, como el caso de la localidad de Corbera, totalmente arrasados. En tierra fue una guerra a cara de perro, se luchaba por cada metro de terreno, desde trincheras, con bombas de mano y calada la bayoneta. Con un ojo delante y otro en el cielo ya que en el firmamento también se libró una cruenta batalla en la que, desde el principio tuvieron ventaja los rebeldes. Tras la ofensiva inicial del bando popular vinieron contraofensivas del ejército franquista que a la postre venció por aplastamiento la batalla que tomó el nombre de nuestro querido rio asestando un jaque mate a la resistencia del bando republicano y precipitando, tras la caída de Cataluña, el fin de la contienda nacional. Atrás quedaron unas tierras de secano regadas con la sangre de hermanos y salpicadas, aquí y allá, por los cadáveres que no pudieron ser enterrados. Otros bajaron flotando por un río teñido de rojo que, a su paso, y parafraseando a Labordeta, dejó la soledad a su espalda.

En cuanto al aspecto humano del enfrentamiento, es el que más me interesa y el que nos debería hacer recapacitar sobre frases típicas y tópicas tales como: “el hombre es un lobo para el hombre” o “el pueblo que no conoce su historia está condenado a repetirla”. Son muchas las memorias recogidas en uno y otro bando y obviamente con el paso del tiempo y dependiendo de quien las cuente pueden estar sesgadas, por eso yo, siguiendo la filosofía inicial de mi texto y tras consultar distintas obras sobre la batalla que nos ocupa, las relataré sin colores, sin rojos y azules, solo personas enredadas en una tela de araña a la que únicamente el instinto y el amor por los suyos mantenían asidas. Gran parte de los sentimientos de los soldados en los campos de batalla han llegado a nuestros días gracias a las madrinas de guerra. Se trataba de mujeres que como forma de apoyo a los combatientes se ofrecían a una relación epistolar. Mantenían a los soldados, superados por los acontecimientos que estaban viviendo y que en muchos casos no habían elegido, conectados con la vida, con sus lugares de origen. Muchas de estas historias acaban en muerte, pero hay algunas que acaban en romances y matrimonios durante y tras la guerra. He conocido también la historia de Luisa, una enfermera de un hospital de retaguardia que apuntaba las bajas de ambos bandos y escribía a los familiares sin importarle con quien lucharan, -eran personas- dice. Muchos soldados reconocieron, años más tarde, que no habían disparado ningún tiro por miedo a matar o herir a alguien. Otros disparaban sin apuntar ya que también la pasividad en el combate era castigada con el pelotón de fusilamiento organizado por los de tu mismo bando. Son bastantes los casos de soldados que se pasaban a territorio enemigo huyendo de las represalias de los suyos por no combatir y una vez en el otro bando eran obligados a luchar frente a los que hasta hacía poco habían sido los “suyos”. Dramáticos resultan los testimonios de los miembros de la llamada “quinta del biberón” compuesta por jóvenes de 17 y 18 años que de un día para otro se encontraron en el infierno de las sierras de la Terra Alta con un fusil, una bolsa de granadas de mano y una cantimplora y la única orden de no dar un paso atrás y matar a cuantos pudieran del otro bando. Hoy en día los problemas de los chicos de esa edad son los de decidir que estudiarán, donde trabajarán o que ropa se pondrán al día siguiente. Eran soldados, los del biberón que: -al morir, siempre se acordaban de sus madres- dice un testigo de la batalla.
Para acabar, mi última visión de los enfrentamientos tiene que ver con la capacidad del ser humano para sobreponerse, desde el albor de los tiempos, a cualquier catástrofe. También lo hemos hecho nosotros en relación a esta batalla y en la actualidad esas tierras antaño batidas por la artillería de unos y de otros, sobrevoladas por los FIAT (“Chirris”) y SAVOIAS nacionales y por los POLIKARPOV (“moscas”) y TUPOLEV republicanos, se han convertido en lugar de peregrinación para senderistas que recorren las sierras de Pandols y Cavalls donde aún podrán encontrar restos de la batalla y visitar el Monumento a la Paz en la mítica cota 705. O destino de recreacionistas bélicos como ocurre cada año en Fayón, o simplemente descendientes de aquellas personas que, provenientes de los más variados lugares fueron a dejar sus vidas o sus recuerdos en ese trozo de tierra al lado del gran río. En un hipotético recorrido de turismo bélico y de norte a sur podemos encontrar Mequinenza y Fayón en la provincia de Zaragoza. En esta última localidad se encuentra el museo de la batalla del Ebro. En Batea se instalaron hospitales de campaña. Más al sur, en Villalba del Arcs (Tarragona) se produjeron duros enfrentamientos de trincheras y en la actualidad se pueden visitar 700 metros de trinchera republicana. La sierra de La Fatarella también fue escenario de encarnizados combates pudiéndose encontrar en las inmediaciones un refugio militar o los muros acribillados del Castillo de Miravet que fue refugio de los soldados sublevados. También encontraremos en la zona el memorial a los Camposines erigido en la memoria de todos los participantes en la contienda. En Gandesa podremos visitar en Coll del Moro, lugar donde Franco emplazó su centro de mando y siguió la batalla. Corbera fue, al igual que nuestro zaragozano Belchite, destruido por la aviación nacional. Hoy queda el pueblo viejo y la torre de la Iglesia de San Pedro como recuerdo de la masacre. Asimismo, fue trágico el enfrentamiento en el cruce de “cuatro caminos” donde perecieron gran parte de los componentes del tercio de Montserrat.
Y acabo donde he empezado. Con la memoria y los replicantes. Con el monólogo final del último replicante, Roy Batty en la película. Deseando que nuestras naves mas allá de Orión y nuestras puertas de Tannhauser que no son otras que la batalla del Ebro, el Jarama, el terrorismo, etc. no caigan en el olvido y nos marquen el camino de lo que no hay que volver a hacer jamás. En definitiva, que todos esos recuerdos no se pierdan… como lágrimas en la lluvia. Es hora de terminar.

“Yo he visto cosas que vosotros no creeríais. Atacar naves en llamas más allá de Orión. He visto rayos-C brillar en la oscuridad cerca de la puerta de Tannhauser. Todos esos momentos se perderán en el tiempo, como lágrimas en la lluvia. Es hora de morir“.
Roy Batty (interpretado por Rutger Hauer).
Música: .Tema principal BSO Cinema Paradiso, Ennio Morricone. .Madre anoche en las trincheras, Raquel Eugenio. .Tema principal BSO Blade Runner.