La Madriguera

La bolsa de Bielsa

Corre el mes de abril y aún queda mucha nieve en el puerto. Chuanet, ya cansado, intenta encajar sus pasos en la huella de los que le preceden en el camino. Así, quizás, pueda evitar el frío intenso que siente al hundirse en la nieve y que sus ligeras abarcas ya no pueden mitigar. El objetivo está allá arriba, en la vecina Francia, lejos de las bombas que están arrasando su pueblo, Bielsa, y su pequeño país, el Sobrarbe.

Él no entiende de guerras ni de bandos, tiene miedo de la amenaza que llega a su valle en forma de muerte, cañones y oscuros aviones que, como pesadas aves de rapiña, vomitan su cargamento incendiario sobre Plan, Tella, Laspuña y su querido pueblo de Bielsa. Atrás han quedado días de excitación y secretos, saliendo de noche a esconder en el monte las escasas pertenencias familiares con algo de valor que les quedan, para poder recuperarlas a la vuelta. Porque van a volver, de eso no le cabe duda. Él no lo sabe, pero forma parte de los más de seis mil civiles que huirán al país vecino escoltados y defendidos por la 43 entre los meses de abril y junio de este 1938.

Lizer es un joven idealista que no ha dudado, desde el comienzo de la sublevación, en acudir a lo más cruento del conflicto. Viene replegándose, con lo que ha quedado de su Compañía tras la ofensiva de Huesca, y se ha integrado en la División 43 del ejército republicano, la 43. Sin ayuda por ningún flanco y bajo las órdenes de Antonio Beltrán, “El esquinazau”, la 43 ha quedado aislada en una pequeña franja de terreno que va a pasar a la historia con el nombre de La Bolsa de Bielsa. Con siete mil hombres y cuatro cañones resistirán dos meses a los catorce mil hombres, 30 cañones y gran superioridad aérea de las fuerzas sublevadas de la III División Navarra del General Iruretagoyena, permitiendo la evacuación de la población civil del valle y ofreciendo días de esperanza a la causa republicana intentando hacer valer el lema acuñado por Negrín de que “resistir es vencer“.

El camino de Chuanet no tiene pérdida, lo ha hecho muchas veces con el ganado. Ahora son mujeres con hatillos de ropa y madres con sus hijos en brazos las que lo acompañan. A medida que el camino se empina son más las pertenencias que van quedando al borde de la trocha señalando a los que vendrán detrás el duro camino del exilio. En los próximos días comprobarán la hospitalidad de sus vecinos del otro lado de la muga. Porque todos son habitantes del mismo país, el país de las montañas.

Lizer y su División, tras dos meses de resistencia, saben que no podrán aguantar la siguiente ofensiva rebelde, y ya han recibido órdenes de desmantelar sus escasas posiciones defensivas, entre ellas la central hidroeléctrica de Lafortunada que abastece de electricidad a la ciudad de Bilbao. De nada han servido las presiones e intentos de soborno por parte de la propiedad al líder republicano de la 43 y Lizer se dispone ahora a detonar las cargas teniendo bien presente que, como ha dicho su jefe: “la vida de un soldado mío vale más que todas las centrales del mundo”. Con el estruendo de la explosión se podría decir que Lizer ha puesto fin a la Bolsa de Bielsa. El 15 de junio todas las fuerzas republicanas habrán pasado a Francia.

A Chuanet y los que con él pasan la frontera les esperan muchos meses repartidos en campos de refugiados, albergues o, en el caso de los más afortunados, casas de familiares. Con el paso del tiempo sus destinos serán distintos: algunos se quedarán en Francia y allí continuarán con sus vidas o, mejor dicho, empezarán unas nuevas. Los demás, entre los que se encuentra Chuanet, volverán a casa. Mejor dicho, a lo que fueron sus hogares ya que al entrar nuevamente en su valle escondido del Pirineo y acercarse a sus pueblos no verán más que fantasmagóricos esqueletos de muros calcinados y tejados derruidos. Nada ha quedado de Bielsa, Lafortunada, Salinas, Broto o Sarvisé. Solo hambre, destrucción y represión. Ellos también deberán empezar sus vidas de cero.

Lizer, una vez en Francia, se dirigirá rápidamente a la zona republicana pasando por la frontera catalana junto con los otros siete mil soldados que se han retirado por el puerto viejo de Bielsa. Encontrará la muerte luchando a orillas del Ebro, ese río alimentado con las aguas de su Cinca nacido en las montañas de su Sobrarbe querido. Diríase que hombre y río, río y hombre han recorrido el mismo camino en pos de la libertad para morir en la misma orilla. Pero otras aguas vendrán y otros tiempos también, ya dijo el sabio que no es posible bañarse dos veces en el mismo río pues serán siempre distintas las aguas que discurran bajo el puente.

Hoy, en una radiante mañana invernal, Ana se dirige con su pareja al pueblo de Bielsa. Va escuchando en la radio la actualidad de los disturbios que se están produciendo en su ciudad, Barcelona, a cuenta de las revueltas independentistas que están enfrentando a las fuerzas de seguridad con parte de la sociedad civil. Al pasar por un pequeño pueblo del que le choca su nombre: Lafortunada, repara en un gran y vetusto edificio que por lo que reza su fachada es una central hidroeléctrica. Todo cuadra pues acaba de pasar por el embalse de Laspuña. En ese momento llama su madre preocupada y le explica que no, que no está en Barcelona. Ha salido de fin de semana a un pueblo del Pirineo llamado Bielsa. Son carnavales. Es muy famoso. También verán un museo que está en la plaza donde, por lo visto, se cuentan historias de la guerra. Algo de una Bolsa. Ya le contará a la vuelta.

El zorro plateado quiere aclarar que los personajes Chuanet, Lizet y Ana son unos personajes inventados sobre unos hechos históricos muy reales.
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