La Madriguera

La bella easo y el mar (in memoriam)

Hay un dicho popular en Alagón. En realidad, no sé si es popular o solo lo dicen algunos de mis amigos. El caso es que cuando estamos muy bien en algún sitio siempre decimos: “aquí se está mejor que en San Sebastián“. En nuestro llano interior de clima continental, éste en el que solo existen dos estaciones, el gélido invierno y el tórrido verano siempre soñamos con el mar. Unos, con las aguas norteñas rodeadas de verdes colinas y escarpados acantilados de amaneceres brumosos que inspiraron a la literatura del Romanticismo y otros, los frioleros, con la luz de los mares mediterráneos, de fiesta y tardes infinitas que tan bien inmortalizaron Sorolla, Picasso, Dalí, y que ahora podemos ver en anuncios de cerveza.

                Bien, pues aquí me tenéis, en Donosti, mirando al mar. Los donostiarras han atrapado al mar. Le han robado un poco de su esencia y la han encerrado entre los montes Igueldo y Urgull, en su bahía. La isla de Santa Clara, en el límite con el gran mar, es testigo de semejante atrevimiento. Veo en la cercanía una ciudad y muchos turistas disfrutándola, pero cuando miro al infinito pienso en Mobby Dick y en el marinero Ismael enrolado en un ballenero para perseguir al demonio y a los demonios del capitán Achab. Muchos “Ismaeles“ partieron en barcos parecidos al Pequod desde las  localidades costeras del Golfo de Vizcaya. No en vano los vascos dominaron la pesca de cetáceos por todo el mar Cantábrico durante más de 500 años siendo cazada la última ballena en el puerto de Orio en 1901.

                Me vienen a la cabeza esos pensamientos de aventuras, ballenas y piratas y por otro lado la nada. La nada más absoluta, la tranquilidad, la quietud. Esa que los del interior vemos al quedarnos ensimismados frente a las crepitantes llamas de una hoguera o un hogar. Mirando al mar, y más aun estando de vacaciones, no pasa nada, no hay guerras, no suben los precios, no se quema el Moncayo.

                Por último y desde el puerto, otrora tan reivindicativo en los duros días de plomo del “conflicto“, solo veo fiesta. Aquellas pancartas amenazadoras de antaño que colgaban de ventanas y balcones igual que lágrimas negras han virado, en su mayoría, hacia otras con demandas más festivas, democráticas o de justicia social y pienso que eso también lo ha conseguido el mar con su persistente e incansable ir y venir frente a estas tierras del norte.

                El mar da para estas reflexiones y muchas más. Pensadlo cuando lo veáis. Igual que a Bogart y a la Bergman siempre les quedará París, a las gentes de la ribera siempre nos quedará el mar.

*Música:
Me gustaría darte el Mar, Joaquín Carbonell

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