La Madriguera

Esos viejos árboles

Carrasca de Lecina

Hay en Huesca un árbol milenario. Es una carrasca y está en Lecina. Nacería, si es que los árboles lo hacen, allá por el año 923 y me imagino que viviría, claro, en una Huesca dominada por los árabes y en tiempos de batallas y Reconquista. Sus anillos nos hablarán, cuando muera, si lo hace algún día, de Sancho Ramírez, del Castillo de Montearagón, de la peste negra y la guerra de la Independencia y otras como las Carlistas y la Civil. Id a verla, la carrasca, aún estáis a tiempo.

              En Alagón tenemos muchos árboles. Me cuentan que superan los 4.000. Más modestos que el ejemplar de Lecina, eso sí, pues en los entornos urbanos tendemos a domesticar la vida. Y no seré yo quien lo critique ya que los motivos me parecen más que razonables. Tengo mis árboles favoritos en la villa y una propuesta. La propuesta: poner rótulos para que podamos identificarlos. Entre los favoritos, un preferido. Es borde, es falso, pero es imponente. Se trata de un gran plátano de sombra o falso platanero que se yergue altivo y orgulloso en nuestra Avenida Zaragoza. Mecido por el viento a veces, azotado por él, las más.

              Los árboles nos observan, tienen ojos, así que en nuestra villa miles de pupilas de savia y resina han sido y son testigos de nuestra historia. Mi árbol favorito está situado en un lugar estratégico de la villa y vería, sin lugar a dudas, a la chiquillería alagonesa salir de su particular Cinema Paradiso, el Avenida, al final de esas tardes de besos y risas y polos de leche y limón. Ante él desfilan cada año sus majestades los Reyes Magos de Oriente bajo la atenta mirada del pájaro pinzón que ve, con preocupación, cómo se han ido uniendo a esta tradicional visita otras nuevas como la de ese barbudo norteño que viste de rojo o los muertos vivientes que todos los años, entre risas y caramelos, van pidiendo “truco o trato“. Cada cinco años mi árbol encoge algo sus ramas, un poco por miedo, un poco por admiración, ante los ruidosos arcabuces y los coloridos trajes de nuestros hermanos sajeños.

              Otras pobladoras de la villa son las viejas moreras de las escuelas de Barrio Nuevo. Esas que vieron a los jóvenes del pueblo yendo a estudiar con sus libros bajo el brazo o dispuestos a arrancarles su verde vestimenta para dar de comer a unos gusanos que guardaban en cajas de cartón. Esas mismas moreras sombrean ahora la terraza de la Asociación de la tercera edad y quizás hoy, por qué no, estén refrescando a aquellos que tanto jugaron bajo sus ramas.

              Puede ser que los pinos hayan sido los grandes perjudicados en mi pueblo. Grandes pies han sido talados y ya casi no quedan individuos de esta especie. Pero ellos no tienen la culpa. Posiblemente quienes los plantaron. Quizás no era el lugar donde hacerlo. Desaparecieron primero los de Avenida Zaragoza y aledaños y les ha tocado el turno ahora a los del parque de La Portalada. Esos pinos que veían de reojo a los villanos bañándose en aquella pequeña piscina con forma de riñón y otros que fueron testigos allá por los años 80 de la llegada de nuevos vecinos a sus barrios fruto de la instalación de la factoría de Opel España en la comarca.

              Pero los que quedan no están solos, otras especies con portes más modestos y manejables inundan nuestras calles. Tenemos olmos, olivos, lavandas, rosales, arces, tilos, ciruelos rojos, sauces, cipreses, cedros, aligustres, chopos, laureles, almeces, catalpas y muchos más que nos observan y nos ven a nosotros y a nuestras vidas pasar. Y en el campo y la huerta también tenemos joyas, quizás más longevas pues no son tan peligrosas. Aquí las higueras, los álamos y los preciosos nogales se alzan, a veces en grupo y otras en solitario, cual mástiles de viejas embarcaciones varadas en la huerta alagonesa. Pudiera ser que alguna de las higueras de la vía vieja viera instalarse allá por 1905 la Azucarera de Alagón o que algún endrino o morera de los linderos de nuestras fincas vieran pasar a aquel arriero que de camino a Zaragoza tuvo que dejar unas onzas de salmón destinadas a la capital y que daría lugar a la famosa frase que reza: “el salmón, a doblón, que pagaron los de Alagón“. A buen seguro que no habrá ningún testigo de la gran boda real que unió, en 1338 a Pedro IV “El Ceremonioso“ de Aragón y una jovencísima doña Blanca de Navarra. Esa boda que ahora con tanto éxito conmemoramos. Quizás algún arbóreo antepasado de las especies que ahora salpican nuestro pueblo y nuestros campos viera a doña Blanca llegar y parar en la villa ante la imposibilidad de llegar más lejos debido a su enfermedad. Una vez más nuestra villa, lugar de paso, lugar de parada y fonda, lugar de hitos históricos. Y los villanos quieren a sus árboles, ansían su sombra de verano y su cobijo frente al cierzo insolente e inclemente. Y su memoria, que les recuerda momentos como los que os traigo hoy. Y para cerrar el círculo me despediré con otra carrasca, pues Alagón, como Lecina, también tiene la suya. Pequeña, pues acaba de nacer, y grande por lo que simboliza y es que en junio de 2020 en la plaza Alhóndiga se plantó una en recuerdo a los que nos dejaron por la pandemia de COVID-19.

Esos viejos árboles que ven la vida pasar.

Al zorro plateado le gustaría agradecer al concejal del medioambiente de Alagón, Jonatan Gómez Casalé, la información facilitada sobre el arbolado de este municipio para escribir el texto.
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