La Madriguera

El frío y la burbuja de cristal

Hace casi cuarenta años, en Caspe, hacía mucho frío. Un joven lee bajo una losa de mantas sin poder quitarse de encima ese primer temblor que siente al arrebujarse en su gran cama, una de las de antes, de lana, de las que había que varear de vez en cuando. En unos minutos se apagará la luz en el viejo desván de la calle Alta y se encenderán las estrellas para inaugurar una noche que cubrirá de cristales esas tierras que abrazan al mar de Aragón. Hace casi cuarenta años hacía más frío que ahora, … en casi todas partes.

                Parece una evidencia que antes hacía más frío que ahora, aunque esta idea, o realidad, también esconde sus trampas. En el viejo altillo descrito anteriormente no habría calefacción, a buen seguro el joven zorro únicamente contaría con una bolsa de agua caliente para notar algo de temperatura en los pies. Tampoco existían esos edredones de ahora. Lo mismo pasaba en la mayoría de las casas de una España que aún no había entrado, de manera generalizada, en las comodidades de los países desarrollados de nuestro entorno. Otra imagen que conservo, en referencia al frío, es la de tener los pies congelados viendo jugar al baloncesto, en el patio del Instituto de Alagón, a los que, con el tiempo, se convertirían en compañeros de equipo. Qué cierzo, que frío. Por cierto, es el mismo Instituto que tenemos ahora. Ese que se nos cae a trozos. Atrás quedaron también otros medios de la sabiduría popular que usábamos para calentarnos: braseros, estufas de leña, hacer la vida en la cocina o donde hubiera un foco de calor para no tener que calentar toda la casa, etc.…  Por poner un símil cinematográfico, eran tiempos más cercanos a “Los santos inocentes“ que a “Mujeres al borde de un ataque de nervios“.

Los Santos Inocentes

                El tratamiento del frío en los medios de comunicación también ha sufrido un cambio radical. La información, que antes era más práctica, de servicio, en la que, en mi opinión, se tenía bastante asumido que en invierno hacía frío y en verano calor, ha evolucionado cual Pokémon a una información espectáculo, como casi todo. Hay que anunciar el fin del mundo cada noche después del telediario y eso no es así, todos los días no se acaba el mundo. Siempre estamos en algún tipo de alerta y, por lo que yo recuerdo, en mi pueblo, cuando ha ocurrido algún incidente provocado por el tiempo, éste no había sido avisado previamente. También hay que tener cuidado con lo que se anuncia porque, hoy en día, en un país dedicado al turismo, las implicaciones de una borrasca mal anunciada pueden tener efectos millonarios. Y es entonces cuando surge la idea del tiempo como arma política arrojadiza. La gestión de las borrascas y tormentas que, por cierto, ya no son anónimas. Ahora les ponemos nombre, a saber, en orden alfabético y alternando el femenino y el masculino.

                Con tanto aviso y tanta sobreprotección luego pasa lo que pasa. En esos días de entretiempo españoles puedes ver, al salir de casa, a gente tapada hasta las orejas como si se subieran a la nieve. Cada vez tenemos la piel más fina, en todos los sentidos. Y es en este punto cuando mi texto evoluciona, como el tiempo, y pasa de los fríos cristales de la escarcha caspolina al cristal de la burbuja. Esa en la que queremos mantener a nuestros pequeños, a nuestros locos bajitos. Los padres hemos sustituido al Señor del padrenuestro y encerramos a nuestros pequeños en la burbuja de cristal para librarlos de todo mal. Los motivos, muy diversos. Obviamente el amor, pero también la comodidad que se siente al tenerlos recluidos en esa jaula transparente. Esa que puede ser cárcel y salvación a la vez. Salvación de lo maligno, como en el padrenuestro. Pero no culpo a nadie de ello, me incluyo entre los carceleros pues, al igual que con el tiempo, todos los días se nos anuncian cientos de desgracias que no queremos que les ocurran a nuestros infantes.

Es de rabiosa actualidad la revisión de las obras infantiles de Roald Dahl (Charlie y la fábrica de chocolate, Matilda, Los gremlins,…) para que éstas “puedan ser aptas para el disfrute de todos los menores“ cambiando, por ejemplo, el adjetivo gordo por enorme, han eliminado la palabra negro de todos los textos y otras muchas revisiones mas integrales de su obra. ¿Qué será lo siguiente? ¡Ah sí!, Bambi. Tenemos que hacer que a su madre no la maten los cazadores.

                Pero ese celo extremo puede encerrar algún peligro y ser contraproducente. Sobreprotegemos a nuestros chavales por encima de todos y todo, solo porque son sangre de nuestra sangre y despojamos de toda autoridad a quienes pasan casi más tiempo que nosotros con ellos: los profesores. Maestros los llamábamos antes. Y, sin querer, forjamos adultos de cristal. Personas a las que, cuando crisálidas en la burbuja, les negamos la posibilidad de aprender del fracaso, de experimentar el vértigo de la incertidumbre, de pasar frío. Deberíamos dejar pasar algo de frío a nuestros hijos, pero, claro, ¿quién quiere eso para ellos?

                El que mejor ha escrito eso que hoy quiero y no se expresar es el Nano. En cinco líneas. No hace falta más. Ahí reside su grandeza. Cito:

                              Nada ni nadie puede impedir que sufran

                               Que las agujas avancen en el reloj

                               Que decidan por ellos, que se equivoquen

                               Que crezcan y que un día

                               Nos digan adiós ….

(Esos locos bajitos ), Autor: Juan Manuel Serrat

POSDATA: Hoy mi hija adolescente de quince años me ha dicho que quería vivir la experiencia de fumarse un porro. Que había que probarlo todo. Y en mi casa la burbuja ha estallado en mil pedazos.

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