La Madriguera

Conquistando nada y el precio de querer volar

13 diciembre 2022

Junio de 1985. Cae la noche en la cordillera de los Andes Peruanos. Joe y Simon han coronado el Siula Grande, de 6.344 metros, subiendo por su, hasta entonces virgen,  cara oeste  y ahora se encuentran bajando por la arista norte unidos entre sí por 100 metros de cuerda. Nunca la palabra línea de vida tuvo un significado tan literal como para definir a esa soga que ahora los une y que para Joe supone la única esperanza de sobrevivir. Esa cuerda que Simon se dispone a cortar en apenas unos minutos pues, tras más de una hora aguantando, ya no soporta más el peso de su compañero que, con fractura abierta de su tibia a la altura de la rodilla, cuelga como un pelele sobre un abismo en medio de la tormenta y amenaza con arrastrar a ambos al vacío. A una muerte segura. Lo que sigue a este momento es una de las mayores experiencias de supervivencia en montaña de la historia. Simon cortó la cuerda y Joe cayó irremisiblemente. Podéis leer toda la aventura en «tocando el vacío» libro de Joe Simpson, o verla en una película documental del mismo nombre con imágenes espectaculares que se realizó en 2003.  

Son historias de montaña y montañeros. Desde pequeños elegimos ciertas cosas: somos de papa o mama, la tortilla con o sin cebolla, de playa o de montaña. Yo, me crié en la playa pero me aficioné mas tarde a la montaña para no dejarlo jamás. El clásico de literatura de montaña «Los conquistadores de lo inútil» de Lionel Terray ocupó un lugar de privilegio en mi estantería.  Es este un título, el de conquistadores, que siempre me gustó. Digo gustó ya que ahora, con los años, le he dado una vuelta para concluir que la palabra conquistadores no me parece la más apropiada. Habla de los alpinistas de la primera mitad del siglo XX en la que los países, en una suerte de afán de conquista nacionalista, competían por: los polos, el espacio, las colonias y… las montañas. Los ochomiles. Pudiera parecer que cada país centró sus objetivos en una montaña y en su conquista se dirimía todo el espíritu patrio y el orgullo nacional. El alpinismo-nación. Así Alemania dirigió sus esfuerzos a la montaña asesina, el Nanga Parbat, dejando en sus laderas a 31 personas hasta que en 1950 fuera el austriaco Herman Buhl quien hollara su cima por primera vez. La obsesión de los británicos fue el Everest; los italianos vivían, y morían, para alcanzar la cima del K2, mientras que los franceses escribieron páginas memorables de épica montañera sobre el blanco de los glaciares del Annapurna. La primera montaña de más de ocho mil metros en ser ascendida, el 3 de junio de 1950. No sabían aquellos románticos que la montaña no se conquista; es ella la que, a su capricho, nos deja alcanzar su cima o no, nos deja bajar con vida, o no.

Los alpinistas de esos inicios eran aventureros, románticos, exploradores y descubridores. Las aproximaciones eran eternas. Las cartografías incompletas. Esos valientes se jugaban la vida a miles de kilómetros de sus casas o directamente se convertían en nómadas de la montaña que tenían por residencia cualquiera de los macizos del planeta y por techo las estrellas. Luego volveremos con las estrellas. Con una estrella. Hoy en día el  alpinista y la práctica montañera son más diversos. El montañero romántico, asumiendo el error en la generalización, ha dado paso al montañero deportista y la ascensión al pico ha dado paso también a múltiples formas de bajarlos: parapentes, trajes de alas, salto base, etc.… Nos gusta el riesgo per se y nos podemos estar jugando la vida a 50 metros de la A-28. También las motivaciones por llegar a ese punto donde no hay nada más han cambiado. Cuando en 1932 le preguntaron a Mallory el porqué de ascender a las montañas su respuesta fue: «porque están ahí». Entre algunos otros motivos seguro que figuran la pasión, el amor a la montaña, la superación. También, porque no decirlo, la insensatez y el egoísmo del que sabe que su falta provocará el sufrimiento y desgarro de los que le quieren.  Los habrá que suban por ver lo que hay arriba y a buen seguro que también están los que suben arriba para no ver lo que hay abajo. Uno de los motivos es el de sentirse libre y una de las personas que mejor lo expresó fue Miriam García Pascual. Navarra, de Tafalla, que murió a los 26 años en el Pico Meru. Fue pionera de la escalada femenina de dificultad en los ochenta y realizó numerosas ascensiones a grandes paredes y expediciones dejándonos, además, una pequeña joya de la literatura de montaña: «Bájame una estrella» es un compendio de relatos, poemas, reflexiones y experiencias en torno a la montaña, a sus expediciones y al precio que pagan los que quieren ser libres. Los que quieren volar. El precio de ser pájaro, lo llamó ella. Nos dejó frases como «el precio de la libertad es la soledad», “nací pájaro y miro con envidia a la gente que es feliz en tierra“.

Y nos venimos a la tierra. Como casi siempre, en nuestra querida ribera tenemos ejemplos de casi todo aquello que nos apasiona, aunque sea en pequeñito. Pequeño por la escala ya que es mucho más grande el mérito de emprender esas aventuras con recursos  limitados. Me refiero al Grupo de montaña El Castellar de Alagón que recientemente ha cumplido su 40 aniversario. Que importante es crear asociaciones y que valor tan grande tiene mantenerlas VIVAS durante tanto tiempo convirtiéndolas, como en este caso, en un referente para todo aquello que tenga que ver con la montaña en la comarca. Sus actividades son innumerables, desde la promoción del senderismo y la montaña en nuestras proximidades a los intentos de ascensión a cualquier cima del planeta. No puedo citar aquí todo lo hecho y todo lo que harán. Buscadlos en redes y no dudéis en compartir sus actividades. Quiero hablar, eso sí, de dos socios de este grupo que últimamente están en eso de «querer ser libres» con todas las dichas y desdichas que, supongo, ello acarrea. José Manresa y Rosana Muniesa cuya última expedición ha sido al Pico Denali que, con sus 6.194 metros, supone la mayor altura de Norteamérica. Ellos son montañeros de los de superarse, de los de sobreponerse, de los de esforzarse a todos los niveles: económico, físico, etc… Tanto la una como el otro van a la montaña a disfrutar, a descubrir y a luchar con y contra sus limitaciones para ver realizado un sueño y volver, cuanto menos, satisfechos. No conciben la vida sin el contacto con la montaña y nos la acercan con sus fotos y charlas para que los que tenemos miedo a volar podamos disfrutarla. José ha ascendido ya a cuatro cimas de las que componen el proyecto de las 7 cumbres. Ya ha visto el mundo desde: Kilimanjaro (África) , Elbrus (Europa), Aconcagua (América del Sur) y Denali (América del Norte) faltándole el Macizo Vinson (Antártida), Pirámide de Carstensz (Oceanía) y Everest (Asia). En cualquier caso y sea lo que sea que les depare el futuro yo estoy con esta pareja de montañeros y con todo aquel que se calce unas botas para recorrer cualquier camino, sin miedo a volar.

¡Salud y montaña amigos!

Música:
Don't give up, Peter Gabriel
Aqueras Montanyas, Jose Antonio Labordeta

Fotos:
Autor del texto y la publicación de la gaRceta agradecen a José Manresa, la cesión de las fotografías.
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